[LaCrisi-paguinElsRics] G8?
Josep cobas
933002939 en telefonica.net
Mie Mar 5 21:43:21 CET 2014
*Las guerras de Washington *
*/Higinio Polo/* <http://www.rebelion.org/autores.php?id=23>
El general Wesley K. Clark, que fue comandante supremo de la OTAN a
finales de los años noventa, reconoció en 2001 (y publicó en 2003:
/Winning Modern Wars: Iraq, Terrorism and the American Empire/) que los
planes norteamericanos para atacar Iraq tendrían continuidad en Siria,
Líbano, Irán, Somalia y Sudán. Detrás de esa planificación estaba buena
parte del /establishment/ norteamericano, en el gobierno, en el
Pentágono, los institutos de pensamiento o /think-tanks*, */y las
corporaciones, con protagonistas como el corrupto Paul Wolfowitz (que
llegó a ser subsecretario de Defensa (y, antes, embajador en Indonesia,
donde apoyó al siniestro Suharto), quien elaboró la denominada "doctrina
Wolfowitz" que postulaba el unilateralismo en las relaciones
internacionales y las "guerras preventivas" para asegurar el predominio
norteamericano en el siglo XXI. En general, todo el sector
neoconservador norteamericano, desde Dick Cheney hasta Donald Rumsfeld
pasando por el propio George W. Bush, por William Kristol y Richard
Perle, mantenía esa visión belicista y participaron en el desarrollo de
los planes y guerras de agresión que han ensangrentado la primera década
del siglo XXI, y cuya inercia ha continuado durante el mandato de Obama.
Los años de Bush vieron una ofensiva generalizada en diferentes áreas
del mundo, dirigida a imponer el "nuevo siglo americano". Afganistán e
Iraq fueron las guerras más relevantes, sangrientos conflictos que
todavía no se han cerrado, pero no fueron los únicos: guerras /secretas
/de baja intensidad como las impuestas a Irán y Pakistán, y operaciones
punitivas desarrolladas en diferentes países de África y Asia (Somalia,
Sudán, Yemen, Libia, Siria), y programas de desestabilización en la
periferia rusa y en las regiones chinas que cuentan con movimientos
nacionalistas, dan fe de la determinación norteamericana de sostener su
hegemonía planetaria con el recurso a la fuerza y a la guerra. Algunas
de esas /guerras de baja intensidad/ son letales: solamente en Pakistán,
según los cálculos de Amnistía Internacional, Estados Unidos ha
asesinado con sus /drones/ a más de cuatro mil personas en la última
década. Y la presidencia de Obama no ha roto, ni mucho menos, con esa
dinámica.
A la ambición de remodelar Oriente Medio, ahogar a Irán y acabar con los
últimos aliados de Moscú, se añadieron planes concretos para incluir
Asia central en el área de influencia de Washington, reduciendo a Rusia
a la condición de una potencia regional impotente, y el diseño de un
nuevo "cinturón sanitario" alrededor de China, el país que, hace más de
una década, aún era la sexta economía mundial, pero que se perfilaba ya
como un desafío estratégico de envergadura para Estados Unidos. No era
para menos: cuando se inició la invasión norteamericana de Afganistán,
en 2001, no solamente Estados Unidos superaba con creces el PIB chino;
también Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña tenían un poder
económico mayor que China. Sin embargo, como ya temían los analistas del
/establishment/ norteamericano, el impresionante crecimiento económico
chino iba a cambiar la situación, y todas las tendencias indican, s egún
las estimaciones del FMI, que China sobrepasará (en PPA) el PIB
norteamericano en 2017: tres años de plazo para el temido momento que
Washington ha querido impedir por todos los medios. Los problemas se
acumulan para Washington: el elevado endeudamiento (17 billones de
dólares para la deuda gubernamental... que asciende a 60 billones si se
añaden las deudas de gobiernos locales y Estados e instituciones
financieras), el lamentable estado de las infraestructuras en Estados
Unidos (puentes, red viaria, falta de nuevas comunicaciones), y el
previsible fin del papel del dólar como moneda de reserva internacional
no auguran mejores tiempos.
Sin embargo, la planificación estratégica norteamericana para detener su
relativa decadencia se ha revelado fallida, pese a victorias regionales,
como Libia, y pese a que mantiene un poder económico y militar que no
es, precisamente, desdeñable. El estallido de la crisis económica en
2008 agudizó las tendencias negativas en Estados Unidos, mostrando su
paulatino debilitamiento económico y el hecho de que posee un porcentaje
cada vez menor del PIB mundial. La llegada de Obama a la presidencia
supuso la reelaboración de la política exterior, aunque resignándose a
aceptar muchas de las decisiones de Bush (empezando por el mantenimiento
de Guantánamo, y por la actuación de los grupos de operaciones
especiales que asesinan sin ningún tipo de control judicial),
ensimismándose en las disputas domésticas mientras los círculos de poder
se debaten entre la ambición de mantener el predominio y la paulatina
aceptación de que el ascenso chino hace inevitable la negociación de un
nuevo diseño estratégico mundial. Con Obama, Washington, sin abandonar
la vieja inercia de los años de Bush, ha renunciado a impulsar de forma
decidida la apertura de una nueva etapa en las relaciones entre las
grandes potencias, pese al anuncio de grandes iniciativas (como la
presentada en junio de 2013, en Berlín, ofreciendo un desarme nuclear a
Rusia, que Moscú no tomó en serio a la vista de los planes
norteamericanos de desarrollar /escudos antimisiles/), que son poco más
que operaciones de propaganda.
El año 2013, se iniciaba con una tensión sin precedentes entre Estados
Unidos y Rusia, por la /ley Magnitski/, apoyada por Obama (que vetaba a
dieciocho magistrados y altos funcionarios rusos), medida que la Duma
rusa contestó con la /ley Dima Yákovlev/, (llamada así por un niño ruso
adoptado que murió abandonado en un coche por su padre adoptivo
norteamericano), al tiempo que, en reciprocidad, el Ministerio de
Exteriores ruso publicó una lista donde aparecían los nombres de los
jefes militares de Guantánamo, implicados en torturas, así como asesores
del gobierno y agentes de la DEA. Las disputas se encarnizaban.
En abril de 2013, el asesor de seguridad nacional norteamericano, Tom
Donilon, entregó una nota de Obama al presidente ruso, abordando las
diferencias políticas y militares, sobre los /escudos antimisiles/ y el
armamento atómico, y presentó algunas propuestas comerciales. El
ministro de Exteriores ruso, Lavrov, mantiene que la normalización de
las relaciones con Washington es una cuestión central para Moscú, aunque
es consciente de que Rusia ha sido engañada en varias ocasiones por
Estados Unidos, faltando a sus compromisos: lo hizo con la integración
del Este de Europa a la OTAN, con incorporación de las repúblicas
bálticas, y continúa haciéndolo con el persistente intento de apoderarse
de Ucrania y Georgia, además de las operaciones que desarrolla en Asia
central, algunas públicas, otras encubiertas. También lo hizo con la
imposición de una fuerza de la OTAN en Afganistán, con la mentira sobre
el /escudo antimisiles/ para, supuestamente, defenderse de Irán, y con
las operaciones militares contra Libia y Siria, países que mantenían
buenas relaciones con Moscú. Es obvio que Moscú no puede confiar en la
seriedad de las palabras de Washington. El último informe elaborado por
el Departamento de Estado norteamericano sobre el cumplimiento de los
acuerdos de desarme, añadía sal a las heridas acusando a Rusia de
incumplir la /Convención sobre prohibición de armas bacteriológicas y
tóxicas/, así como la /Convención sobre armas químicas/, y los acuerdos
sobre armas convencionales en Europa. El informe obviaba citar la falta
de ratificación del /Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares/, que
Washington se comprometió a hacer. No hay avances en las negociaciones
de desarme, pese a que, incluso en Estados Unidos, han aparecido serias
críticas al /escudo antimisiles/, como las defendidas por un grupo de
científicos del MIT, donde destaca el físico Theodore Postol, y pese a
la propuesta de desarme planteada públicamente por Obama en Berlín.
No obstante, Putin, como una muestra de buena voluntad, aceptó a ceder
una base a la OTAN, en Ulianosvsk, para la campaña militar
norteamericana en Afganistán, aunque las diferencias sobre Siria
(Ginebra 2), sobre las negociaciones con Irán, el /escudo antimisiles/ o
la prevista ampliación de la OTAN hacia el Este, y la intromisión en
Ucrania, Moldavia y Georgia, siguen dañando sus relaciones. Afganistán,
origen de las rutas de la droga, tiene suma importancia para Moscú, y el
gobierno ruso está muy interesado en la pacificación del país y en la
lucha contra el narcotráfico, pero nada es seguro: el general John R.
Allen, jefe militar de la OTAN en Afganistán (y a quien Obama le había
reservado la jefatura de la alianza), presentó su renuncia y fue
sustituido por Joseph Dunford Jr., el hombre que deberá organizar la
retirada, mientras las actividades secretas de la CIA, de los comandos
de operaciones especiales de Washington, y de la propia OTAN, han
alimentado los canales de los traficantes de drogas afganos y de los
/señores de la guerra/. No hay que olvidar que sectores de la CIA y del
Pentágono han colaborado con organizaciones de narcotraficantes para
teledirigir sus acciones y ponerlas al servicio de sus propios
objetivos: el predominio político en Asia. Moscú está muy interesada en
limitar el flujo de drogas: Rusia, donde causan miles de muertes cada
año, es uno de los países más afectados del mundo. Es cierto que, en
Afganistán, Estados Unidos ha intentado combatir los cultivos de opio,
pero su política se ha saldado con un evidente fracaso, que ha agravado
la situación en el país (muchos campesinos pobres acaban en manos de los
narcotraficantes por deudas, y deben, incluso, entregar en pago a sus
propias hijas) y que amenaza a Rusia. Sin olvidar su implicación en las
guerras: buena parte de las actividades de los grupos armados que
combaten al gobierno sirio de Bachar al-Asad se financian con el
narcotráfico afgano: Víctor Ivanov, responsable del FSKN ruso (el
organismo para combatir el narcotráfico) ha afirmado que unos veinte mil
mercenarios presentes en Siria dependen del dinero conseguido con la
venta de heroína en diferentes países asiáticos y europeos, como Rusia.
Mientras se debilita el poder económico y político estadounidense, se
fortalece su maquinaria bélica. El despliegue de la OTAN en Asia
pretende asegurar el predominio norteamericano: las ambiciones sobre
bases militares permanentes en Afganistán, Iraq, Kirguizistán (e,
incluso, en Uzbekistán), además de en Filipinas, Indonesia, Japón y
Corea del sur, tienen esa lógica, y la OTAN colabora con ella. Además,
la diplomacia norteamericana trabaja para atraerse a su ámbito de
influencia a Kazajastán y Turkmenistán. Esa estrategia no es nueva: ya
en 1997, bajo Yeltsin, y a iniciativa del senador republicano Sam
Brownback, Estados Unidos aprobó la /Silk Road Strategy Act/ para
consolidar los nuevos Estados centroasiáticos, estimular las tendencias
de ruptura con Moscú, y atraerlos hacia su ámbito de influencia,
utilizando todo tipo de medios diplomáticos y también operaciones
secretas de la CIA, el Pentágono y de servicios de inteligencia aliados,
como Arabia, Israel o Turquía.
Ese recurso a operaciones secretas es utilizado también por las
compañías petroleras, que contratan empresas de mercenarios, hecho que,
junto a la intervención militar abierta en muchas zonas, y la
sistemática utilización por parte del gobierno de Obama de compañías de
mercenarios ("contratistas", según el hipócrita lenguaje del Pentágono y
del Departamento de Estado), ha creado una mayor confusión en muchas
zonas y alimenta el terrorismo como reacción, terrorismo que países como
China o Rusia se esfuerzan por contener porque temen que aumente en el
interior de sus países: los recientes atentados en Xinjiang y en el
Cáucaso ruso así lo muestran. Ese proceder viene de lejos: Bakú, por
ejemplo, ha sido utilizada desde hace años por los servicios secretos
norteamericanos (con el gobierno azerí cerrando voluntariamente los
ojos) para introducir mercenarios islamistas en las regiones rusas de
Chechenia y Daguestán, muchas veces en colaboración con la mafia
chechena dedicada al narcotráfico. No hay que olvidar que el presidente
Ilham Aliyev (como antes su padre, el ya fallecido Gueidar Aliyev), que
recibió apoyo de las empresas petrolíferas occidentales, dirige un
gobierno-cliente de Estados Unidos. Las compañías petroleras
norteamericanas (y británicas) permanecen tras esas pantallas de
mercenarios, y su capacidad para corromper funcionarios y ministros es
un recurso más en el desarrollo de la influencia política norteamericana.
China es el tercer protagonista del triángulo estratégico. Las reformas
impulsadas por el nuevo gobierno chino, que pretenden, entre otras
cosas, la disminución del peso de las exportaciones en su economía, y el
desarrollo del mercado interno, se acompañan de diferentes proyectos
estratégicos, la mayoría orientados a su reforzamiento económico y al
impulso de un mundo multipolar. La presión china, aunque también rusa y
de otros países, para reformar el FMI, el Banco Mundial e incluso la
OMC, va de la mano del desarrollo de nuevos acuerdos comerciales de
China en diferentes áreas del planeta, como en la ASEAN, en países
americanos como Perú, Chile y Costa Rica, y en Asia y Oceanía (Nueva
Zelanda); y del retroceso del dólar como moneda, junto a la creciente
internacionalización del yuan, inaugura nuevos escenarios casi
impensables hace pocos años: China ha cerrado acuerdos para comerciar en
las respectivas monedas, sin utilizar la divisa norteamericana, con
países tan relevantes como Brasil o Japón, y otros.
Estados Unidos responde a la nueva realidad con el "giro hacia Asia",
proclamado por la diplomacia norteamericana, cuya expresión no deja de
ser el reconocimiento de su pérdida progresiva de influencia en el mayor
continente y el más poblado. Washington es consciente de que el
fortalecimiento chino en Asia va a limitar su presencia, aunque no
renuncia a perder su histórico protagonismo conquistado desde el fin de
la Segunda Guerra Mundial: por eso, la aparición de focos de conflicto
en el sudeste asiático, la periódica reactivación de crisis en la
península coreana, decisiones japonesas o filipinas a propósito de
disputas marítimas, son la expresión de la política norteamericana de
contención a China, sin olvidar que también utiliza las cartas del
particularismo nacionalista en Tíbet, Xinjiang, o incluso en Mongolia
interior. Washington sigue contando con sólidos aliados en Asia: Japón,
Corea del Sur, Filipinas y Thailandia, y pretende reforzar sus acuerdos
con Indonesia, India y Malaisia, tentando incluso a Vietnam. Mientras
China pretende abrir canales diplomáticos de negociación de las disputas
asiáticas, Estados Unidos estimula enfrentamientos y pretende, además,
estar presente en las negociaciones bilaterales entre países. La
reclamación china de las islas Diaoyu (Senkaku, para Japón), ocupadas
por Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, y traspasadas
a Tokio en 1972, ha dado lugar a nuevos enfrentamientos, potencialmente
peligrosos. Pekín exige que los aviones que atraviesen el espacio aéreo
de las islas se identifiquen, lo que ha llevado al secretario de Defensa
norteamericano, Chuck Hagel, a dar garantías al gobierno japonés de que
Washington protegerá militarmente la soberanía nipona sobre las islas, y
a dar instrucciones para que sus aviones de guerra patrullen la zona e
ignoren el espacio aéreo chino sobre las islas. Portavoces del gobierno
norteamericano mostraron su preocupación por el proceder chino que,
según Washington, "inquieta a sus vecinos".
Un nuevo marco de relaciones internacionales está entre los objetivos de
la diplomacia china y rusa, que contemplan también la aportación de la
India. Con ocasión de la duodécima reunión de los ministros de
exteriores chino, ruso e indio, en Nueva Delhi, Wang Yi, ministro de
Asuntos Exteriores chino, proponía a finales de 2013 que China, Rusia y
la India impulsaran su cooperación para alcanzar la condición de aliados
estratégicos, coordinándose ante las crisis y disputas internacionales
más relevantes (con especial atención a Siria, Irán, Afganistán y la
península de Corea), con el objetivo de democratizar las relaciones
internacionales y avanzar hacia un mundo multipolar. El ministro chino
no olvidó reseñar la importancia de la cooperación para desarrollar la
propuesta de la /nueva ruta de la seda/, con las posibilidades
económicas que puede abrir. China ha propuesto también desarrollar un
"corredor económico" que una Bangla Desh, India, Birmania y China, con
especial atención a los transportes ferroviarios y la construcción de
plantas energéticas.
China no apuesta por sustituir a Estados Unidos en una posición
hegemónica en el mundo, pero trabaja por desarrollar un nuevo orden
mundial, que supere la etapa de predominio norteamericano, fuente de
muchos de los problemas actuales. Tampoco quiere verse arrastrada a
enfrentamientos militares, aunque no deja por ello de definir las
/líneas rojas/ que Estados Unidos no debe traspasar. El viejo mundo
vigilado por el gendarme americano está llegando a su fin, y las
estructuras políticas internacionales crujen. *La ampliación del viejo
G-7 y su conversión en el G-8 no han resuelto la práctica inoperancia
*de este grupo que, hace un cuarto de siglo, pretendía ser un gobierno
mundial /de facto/, dirigido por Estados Unidos. De hecho, el nuevo G-20
es el reconocimiento del fracaso y de la inutilidad práctica del G-7,
rasgo que, unido al reforzamiento de la OCS, eje de la política exterior
china, y a la aparición de plataformas informales como los encuentros de
los BRICS, anuncian ya el nuevo mundo multipolar. Ante ello, no es
ninguna casualidad que Susan Rice, asesora para la Seguridad Nacional
del gobierno de Obama, insistiese, a finales de 2013, en que Asia era
"el principal foco de atención" de su país, asegurando que el sesenta
por ciento de su flota estaría centrado en el Pacífico en un plazo de
cinco o seis años. Corea del Norte, Japón, Filipinas y el Mar de la
China meridional serán escenarios de nuevas disputas.
Estados Unidos todavía no ha renunciado a mantener la supremacía global,
y sigue utilizando para ello su capacidad diplomática, su influencia en
los organismos internacionales, su peso económico y su impresionante
fuerza militar. Continúa siendo la mayor potencia militar del planeta,
pero esa circunstancia no le permite, paradójicamente, ganar las guerras
modernas ni aumentar su influencia estratégica. Incluso le ha creado
problemas entre sus aliados: sus relaciones con Arabia, Israel, Egipto o
Pakistán, no pasan por sus mejores momentos, y es obvio que las
negociaciones abiertas con Irán son el reconocimiento implícito de los
límites de su política exterior.**Las guerras se libran como en el
pasado, pero también con /drones/, operaciones secretas, comandos para
raptar personas, con el pupilaje de grupos terroristas, la financiación
de grupos políticos, con el espionaje planetario de la NSA, como ha
puesto de manifiesto el caso Snowden: Estados Unidos se ha adjudicado la
condición de modelo a seguir, de democracia ejemplar, que tiene derecho
a juzgar al resto de los países, a exigir cambios y decisiones, e
incluso a imponer su opinión por la fuerza. Así, es Washington quién
decide el grado de democracia de cada país, la justicia de una decisión
y la bondad de cualquier política. Quienes se oponen a su visión y a su
estrategia, son calificados de tiranías.
Mientras**Europa no consigue salir de la crisis para emerger como un
protagonista internacional, el nuevo orden mundial que llega estará
organizado, con toda probabilidad, alrededor de tres grandes potencias,
China, Estados Unidos y Rusia, y una segunda corona de países que, con
estatus de potencias regionales, tendrán también protagonismo
internacional: India, Brasil, Unión Europea (o, en su defecto,
Alemania), y Japón. Estados Unidos se resiste a aceptarlo; sin embargo,
la realidad se impone, y las guerras modernas de las que hablaba el
general Wesley K. Clark no han traído el fortalecimiento del poder del
/cowboy/ pendenciero que siempre ha sido Washington, y otros frentes han
aparecido, hasta el punto de que el veterano Henry Kissinger, viejo
criminal de guerra y atento lector del mundo que viene, se revela
consciente de la disminución del poder norteamericano, y mantiene que el
nuevo orden internacional girará en torno a Estados Unidos, China y
Rusia: sabe que Washington debe compartir la aurora de un tiempo nuevo.
*Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una licencia de Creative Commons
<http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/>, respetando su
libertad para publicarlo en otras fuentes.*
Así respira Ucrania
Rafael Poch <http://blogs.lavanguardia.com/berlin/author/rpoch> |
04/03/2014 <http://blogs.lavanguardia.com/berlin/asi-respira-ucrania-20686>
*Mayoritario deseo de buenas relaciones con Rusia. Fuerte sentimiento
democratizador y anticorrupción. Gran disparidad geográfica en los
balances de la situación*
Si hubiera que resumir el estado de la opinión pública ucraniana sobre
el destino de su país, el sentir mayoritario podría ser, al día de
hoy, el siguiente: sí a la unidad e independencia del Estado ucraniano
y sí a unas buenas y fluidas relaciones amistosas con Rusia. Así lo
sugiere la última encuesta disponible realizada por el Instituto KMIS de
Kíev entre el 21 y el 25 de febrero y divulgada ayer por medios en
sintonía con el contestado gobierno pro-occidental instalado en la capital.
Un 68% declara que Ucrania y Rusia deben seguir siendo
países independientes pero amigos, con fronteras abiertas, sin visados
ni aduanas (Opción 1). Otro 12,5% lleva la amistad hasta el extremo de
la disolución nacional del Estado ucraniano para fundirse en un único
Estado con Rusia (Opción 2). Finalmente, un 14,7% favorece que la
relación con Rusia sea tan estricta como la que correspondería a
cualquier otro estado: con fronteras, visados y aduanas (Opción 3).
El problema es que ese sentir que sugiere un sentido común mayoritario
hacia una solución de consenso y equilibrio, tiene una distribución
regional muy contrastada, lo que lo convierte en algo mucho más complejo
y dramático capaz de abonar un escenario de federalización o partición
del país, especialmente teniendo en cuenta la negativa influencia de los
dos grandes vecinos: Rusia y Euroatlántida.
Dividido en cuatro sectores geográficos (Este, Sur, Centro y Oeste) la
Opción 1 vence en todas partes (72,2% en el Este, la región más
rusófila; 63,8% en el Sur --que incluye la península de Crimea ocupada
por Rusia-; 69,7% en el Centro; y 66,7% en el Oeste, que incluye la
región de Galitzia que perteneció al Imperio austro-húngaro y que en su
mayoría solo se integró en la Rusia soviética en 1945.
La Opción 2, renunciar a la independencia de Ucrania y reunificarse con
Rusia en un único Estado, solo la apoya el 0,7% de la opinión en el
Oeste, el 5,4% en el Centro, el 19,4% en el Sur y el 25,8% en el Este
más rusófilo.
El panorama que arroja la Opción 3, que contiene una sugerencia de
firmeza y cerrazón hacia el vecino ruso, con fronteras estrictas, solo
la apoya el 2% de la opinión del Este de Ucrania y el 10,5% del Sur. Sin
embargo, en el Centro y en el Oeste está posición, muy bien representada
en el actual gobierno pro-occidental de Kíev, encuentra muchos más
partidarios: 20,9% (Centro) y 24% (Oeste), respectivamente.
Pero, por importante que sea, la relación con Rusia es sólo un aspecto
de la actual crisis. Preguntados, en febrero, por el motivo de las
protestas en la plaza central de Kíev (Maidán), la mayoría (43%)
respondía que "el enfado hacia el régimen corrupto (del Presidente)
Yanukovich". Otro 30% explicaba la protesta en la "influencia occidental
que quiere atraer a Ucrania hacia la órbita de sus intereses".
Respecto a la responsabilidad por la escalada del conflicto en Kíev, un
49% culpaba a Yanukovich, entre el 21 y el 25 de febrero cuando la
victoria de la oposición parecía total y aún no había aparecido una
fuerte protesta "anti-Maidán" en el Este y el Sur del país. Otro 34%
culpaba a la oposición. Una vez más: todas estas opiniones reflejan un
vivo contraste regional dentro del país.
Siendo el deseo de buenas relaciones con Rusia y el deseo de mantener la
independencia e integridad del Estado ucraniano, los dos ejes de la
situación, quien sea visto como una amenaza para cualquiera de ellos se
desprestigiará. Esto afecta tanto a los jugadores locales, como a los
imperios que rodean el país.
El gobierno de Kíev se ha desprestigiado y no representa al conjunto del
país por su rusofobia y porque el grueso de sus miembros proceden del
Oeste o son magnates en la órbita occidental. Por otro lado Putin se
desprestigia también por ser visto como amenaza a la integridad e
independencia de la nación y por apoyarse en magnates cuyos negocios
están relacionados con Rusia.
Tanto el deseo occidental de una Ucrania contra Rusia, como el de Putin
que para evitarlo pone en cuestión la integridad territorial del país
con la ocupación militar de un trozo de ella, chocan con el consenso
mayoritario. Ninguna de las dos cosas gustan, pero ¿cual es más
decisiva para configurar "el promedio" de la opinión pública
ucraniana? En lo que este conflicto depende del estado de la opinión
pública --quizá no mucho- estos son factores a tener en cuenta.
*¿Cuál es el motivo de la protesta popular en Kíev? Ucrania -- Rusia*
La influencia occidental que quiere a Ucrania en su órbita: 30% -- 43%
El ambiente nacionalista: 26% -- 31%
El enfado por la corrupción del régimen de Yanukovich: 43% -- 17%
Deseo de liberarse del dictado de Rusia: 12% -- 11%
Deseo de que Ucrania sea civilizada como Europa: 27% -- 12%
Sentido de la dignidad y rechazo de la arbitrariedad: 25% -- 11%
Protesta ante la dureza de los antidisturbios: 26% -- 4%
Otros: 5% -- 1%
No sabe, no contesta: 9% -- 13%
(*)
FUENTES: /Centro Levada / Instituto Internacional de Sociología de Kíev
(KMIS)/
------------ próxima parte ------------
Se ha borrado un adjunto en formato HTML...
URL: <http://llistes.moviments.net/pipermail/no65hores/attachments/20140305/cd7c6d6c/attachment-0001.htm>
More information about the No65hores
mailing list