<html>
<head>
<meta http-equiv="content-type" content="text/html; charset=ISO-8859-1">
</head>
<body text="#000000" bgcolor="#FFFFFF">
<br>
<div class="moz-forward-container"><br>
<p class="MsoNormal" style="text-align:center" align="center"><strong><span
style="font-size:18.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Las
guerras de Washington </span></strong><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif""><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-align:center" align="center"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif""><o:p> </o:p></span></p>
<div>
<p class="MsoNormal"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif""><a
href="http://www.rebelion.org/autores.php?id=23"><strong><i><span
style="font-family:"Verdana","sans-serif"">Higinio
Polo</span></i></strong></a><o:p></o:p></span></p>
</div>
<div>
<p class="MsoNormal"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">El
general Wesley K. Clark, que fue comandante supremo de la
OTAN a finales de los años noventa, reconoció en 2001 (y
publicó en 2003: <i>Winning Modern Wars: Iraq, Terrorism
and the American Empire</i>) que los planes
norteamericanos para atacar Iraq tendrían continuidad en
Siria, Líbano, Irán, Somalia y Sudán. Detrás de esa
planificación estaba buena parte del <i>establishment</i>
norteamericano, en el gobierno, en el Pentágono, los
institutos de pensamiento o <i>think-tanks<b>, </b></i>y
las corporaciones, con protagonistas como el corrupto Paul
Wolfowitz (que llegó a ser subsecretario de Defensa (y,
antes, embajador en Indonesia, donde apoyó al siniestro
Suharto), quien elaboró la denominada “doctrina Wolfowitz”
que postulaba el unilateralismo en las relaciones
internacionales y las “guerras preventivas” para asegurar el
predominio norteamericano en el siglo XXI. En general, todo
el sector neoconservador norteamericano, desde Dick Cheney
hasta Donald Rumsfeld pasando por el propio George W. Bush,
por William Kristol y Richard Perle, mantenía esa visión
belicista y participaron en el desarrollo de los planes y
guerras de agresión que han ensangrentado la primera década
del siglo XXI, y cuya inercia ha continuado durante el
mandato de Obama. <o:p></o:p></span></p>
</div>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Los
años de Bush vieron una ofensiva generalizada en diferentes
áreas del mundo, dirigida a imponer el “nuevo siglo
americano”. Afganistán e Iraq fueron las guerras más
relevantes, sangrientos conflictos que todavía no se han
cerrado, pero no fueron los únicos: guerras <i>secretas </i>de
baja intensidad como las impuestas a Irán y Pakistán, y
operaciones punitivas desarrolladas en diferentes países de
África y Asia (Somalia, Sudán, Yemen, Libia, Siria), y
programas de desestabilización en la periferia rusa y en las
regiones chinas que cuentan con movimientos nacionalistas, dan
fe de la determinación norteamericana de sostener su hegemonía
planetaria con el recurso a la fuerza y a la guerra. Algunas
de esas <i>guerras de baja intensidad</i> son letales:
solamente en Pakistán, según los cálculos de Amnistía
Internacional, Estados Unidos ha asesinado con sus <i>drones</i>
a más de cuatro mil personas en la última década. Y la
presidencia de Obama no ha roto, ni mucho menos, con esa
dinámica.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">A
la ambición de remodelar Oriente Medio, ahogar a Irán y acabar
con los últimos aliados de Moscú, se añadieron planes
concretos para incluir Asia central en el área de influencia
de Washington, reduciendo a Rusia a la condición de una
potencia regional impotente, y el diseño de un nuevo “cinturón
sanitario” alrededor de China, el país que, hace más de una
década, aún era la sexta economía mundial, pero que se
perfilaba ya como un desafío estratégico de envergadura para
Estados Unidos. No era para menos: cuando se inició la
invasión norteamericana de Afganistán, en 2001, no solamente
Estados Unidos superaba con creces el PIB chino; también
Japón, Alemania, Francia y Gran Bretaña tenían un poder
económico mayor que China. Sin embargo, como ya temían los
analistas del <i>establishment</i> norteamericano, el
impresionante crecimiento económico chino iba a cambiar la
situación, y todas las tendencias indican, s egún las
estimaciones del FMI, que China sobrepasará (en PPA) el PIB
norteamericano en 2017: tres años de plazo para el temido
momento que Washington ha querido impedir por todos los
medios. Los problemas se acumulan para Washington: el elevado
endeudamiento (17 billones de dólares para la deuda
gubernamental… que asciende a 60 billones si se añaden las
deudas de gobiernos locales y Estados e instituciones
financieras), el lamentable estado de las infraestructuras en
Estados Unidos (puentes, red viaria, falta de nuevas
comunicaciones), y el previsible fin del papel del dólar como
moneda de reserva internacional no auguran mejores tiempos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Sin
embargo, la planificación estratégica norteamericana para
detener su relativa decadencia se ha revelado fallida, pese a
victorias regionales, como Libia, y pese a que mantiene un
poder económico y militar que no es, precisamente, desdeñable.
El estallido de la crisis económica en 2008 agudizó las
tendencias negativas en Estados Unidos, mostrando su paulatino
debilitamiento económico y el hecho de que posee un porcentaje
cada vez menor del PIB mundial. La llegada de Obama a la
presidencia supuso la reelaboración de la política exterior,
aunque resignándose a aceptar muchas de las decisiones de Bush
(empezando por el mantenimiento de Guantánamo, y por la
actuación de los grupos de operaciones especiales que asesinan
sin ningún tipo de control judicial), ensimismándose en las
disputas domésticas mientras los círculos de poder se debaten
entre la ambición de mantener el predominio y la paulatina
aceptación de que el ascenso chino hace inevitable la
negociación de un nuevo diseño estratégico mundial. Con Obama,
Washington, sin abandonar la vieja inercia de los años de
Bush, ha renunciado a impulsar de forma decidida la apertura
de una nueva etapa en las relaciones entre las grandes
potencias, pese al anuncio de grandes iniciativas (como la
presentada en junio de 2013, en Berlín, ofreciendo un desarme
nuclear a Rusia, que Moscú no tomó en serio a la vista de los
planes norteamericanos de desarrollar <i>escudos antimisiles</i>),
que son poco más que operaciones de propaganda.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">El
año 2013, se iniciaba con una tensión sin precedentes entre
Estados Unidos y Rusia, por la <i>ley Magnitski</i>, apoyada
por Obama (que vetaba a dieciocho magistrados y altos
funcionarios rusos), medida que la Duma rusa contestó con la <i>ley
Dima Yákovlev</i>, (llamada así por un niño ruso adoptado
que murió abandonado en un coche por su padre adoptivo
norteamericano), al tiempo que, en reciprocidad, el Ministerio
de Exteriores ruso publicó una lista donde aparecían los
nombres de los jefes militares de Guantánamo, implicados en
torturas, así como asesores del gobierno y agentes de la DEA.
Las disputas se encarnizaban.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">En
abril de 2013, el asesor de seguridad nacional norteamericano,
Tom Donilon, entregó una nota de Obama al presidente ruso,
abordando las diferencias políticas y militares, sobre los <i>escudos
antimisiles</i> y el armamento atómico, y presentó algunas
propuestas comerciales. El ministro de Exteriores ruso,
Lavrov, mantiene que la normalización de las relaciones con
Washington es una cuestión central para Moscú, aunque es
consciente de que Rusia ha sido engañada en varias ocasiones
por Estados Unidos, faltando a sus compromisos: lo hizo con la
integración del Este de Europa a la OTAN, con incorporación de
las repúblicas bálticas, y continúa haciéndolo con el
persistente intento de apoderarse de Ucrania y Georgia, además
de las operaciones que desarrolla en Asia central, algunas
públicas, otras encubiertas. También lo hizo con la imposición
de una fuerza de la OTAN en Afganistán, con la mentira sobre
el <i>escudo antimisiles</i> para, supuestamente, defenderse
de Irán, y con las operaciones militares contra Libia y Siria,
países que mantenían buenas relaciones con Moscú. Es obvio que
Moscú no puede confiar en la seriedad de las palabras de
Washington. El último informe elaborado por el Departamento de
Estado norteamericano sobre el cumplimiento de los acuerdos de
desarme, añadía sal a las heridas acusando a Rusia de
incumplir la <i>Convención sobre prohibición de armas
bacteriológicas y tóxicas</i>, así como la <i>Convención
sobre armas químicas</i>, y los acuerdos sobre armas
convencionales en Europa. El informe obviaba citar la falta de
ratificación del <i>Tratado de Prohibición de Ensayos
Nucleares</i>, que Washington se comprometió a hacer. No hay
avances en las negociaciones de desarme, pese a que, incluso
en Estados Unidos, han aparecido serias críticas al <i>escudo
antimisiles</i>, como las defendidas por un grupo de
científicos del MIT, donde destaca el físico Theodore Postol,
y pese a la propuesta de desarme planteada públicamente por
Obama en Berlín.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">No
obstante, Putin, como una muestra de buena voluntad, aceptó a
ceder una base a la OTAN, en Ulianosvsk, para la campaña
militar norteamericana en Afganistán, aunque las diferencias
sobre Siria (Ginebra 2), sobre las negociaciones con Irán, el
<i>escudo antimisiles</i> o la prevista ampliación de la OTAN
hacia el Este, y la intromisión en Ucrania, Moldavia y
Georgia, siguen dañando sus relaciones. Afganistán, origen de
las rutas de la droga, tiene suma importancia para Moscú, y el
gobierno ruso está muy interesado en la pacificación del país
y en la lucha contra el narcotráfico, pero nada es seguro: el
general John R. Allen, jefe militar de la OTAN en Afganistán
(y a quien Obama le había reservado la jefatura de la
alianza), presentó su renuncia y fue sustituido por Joseph
Dunford Jr., el hombre que deberá organizar la retirada,
mientras las actividades secretas de la CIA, de los comandos
de operaciones especiales de Washington, y de la propia OTAN,
han alimentado los canales de los traficantes de drogas
afganos y de los <i>señores de la guerra</i>. No hay que
olvidar que sectores de la CIA y del Pentágono han colaborado
con organizaciones de narcotraficantes para teledirigir sus
acciones y ponerlas al servicio de sus propios objetivos: el
predominio político en Asia. Moscú está muy interesada en
limitar el flujo de drogas: Rusia, donde causan miles de
muertes cada año, es uno de los países más afectados del
mundo. Es cierto que, en Afganistán, Estados Unidos ha
intentado combatir los cultivos de opio, pero su política se
ha saldado con un evidente fracaso, que ha agravado la
situación en el país (muchos campesinos pobres acaban en manos
de los narcotraficantes por deudas, y deben, incluso, entregar
en pago a sus propias hijas) y que amenaza a Rusia. Sin
olvidar su implicación en las guerras: buena parte de las
actividades de los grupos armados que combaten al gobierno
sirio de Bachar al-Asad se financian con el narcotráfico
afgano: Víctor Ivanov, responsable del FSKN ruso (el organismo
para combatir el narcotráfico) ha afirmado que unos veinte mil
mercenarios presentes en Siria dependen del dinero conseguido
con la venta de heroína en diferentes países asiáticos y
europeos, como Rusia.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Mientras
se debilita el poder económico y político estadounidense, se
fortalece su maquinaria bélica. El despliegue de la OTAN en
Asia pretende asegurar el predominio norteamericano: las
ambiciones sobre bases militares permanentes en Afganistán,
Iraq, Kirguizistán (e, incluso, en Uzbekistán), además de en
Filipinas, Indonesia, Japón y Corea del sur, tienen esa
lógica, y la OTAN colabora con ella. Además, la diplomacia
norteamericana trabaja para atraerse a su ámbito de influencia
a Kazajastán y Turkmenistán. Esa estrategia no es nueva: ya en
1997, bajo Yeltsin, y a iniciativa del senador republicano Sam
Brownback, Estados Unidos aprobó la <i>Silk Road Strategy Act</i>
para consolidar los nuevos Estados centroasiáticos, estimular
las tendencias de ruptura con Moscú, y atraerlos hacia su
ámbito de influencia, utilizando todo tipo de medios
diplomáticos y también operaciones secretas de la CIA, el
Pentágono y de servicios de inteligencia aliados, como Arabia,
Israel o Turquía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Ese
recurso a operaciones secretas es utilizado también por las
compañías petroleras, que contratan empresas de mercenarios,
hecho que, junto a la intervención militar abierta en muchas
zonas, y la sistemática utilización por parte del gobierno de
Obama de compañías de mercenarios (“contratistas”, según el
hipócrita lenguaje del Pentágono y del Departamento de
Estado), ha creado una mayor confusión en muchas zonas y
alimenta el terrorismo como reacción, terrorismo que países
como China o Rusia se esfuerzan por contener porque temen que
aumente en el interior de sus países: los recientes atentados
en Xinjiang y en el Cáucaso ruso así lo muestran. Ese proceder
viene de lejos: Bakú, por ejemplo, ha sido utilizada desde
hace años por los servicios secretos norteamericanos (con el
gobierno azerí cerrando voluntariamente los ojos) para
introducir mercenarios islamistas en las regiones rusas de
Chechenia y Daguestán, muchas veces en colaboración con la
mafia chechena dedicada al narcotráfico. No hay que olvidar
que el presidente Ilham Aliyev (como antes su padre, el ya
fallecido Gueidar Aliyev), que recibió apoyo de las empresas
petrolíferas occidentales, dirige un gobierno-cliente de
Estados Unidos. Las compañías petroleras norteamericanas (y
británicas) permanecen tras esas pantallas de mercenarios, y
su capacidad para corromper funcionarios y ministros es un
recurso más en el desarrollo de la influencia política
norteamericana.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">China
es el tercer protagonista del triángulo estratégico. Las
reformas impulsadas por el nuevo gobierno chino, que
pretenden, entre otras cosas, la disminución del peso de las
exportaciones en su economía, y el desarrollo del mercado
interno, se acompañan de diferentes proyectos estratégicos, la
mayoría orientados a su reforzamiento económico y al impulso
de un mundo multipolar. La presión china, aunque también rusa
y de otros países, para reformar el FMI, el Banco Mundial e
incluso la OMC, va de la mano del desarrollo de nuevos
acuerdos comerciales de China en diferentes áreas del planeta,
como en la ASEAN, en países americanos como Perú, Chile y
Costa Rica, y en Asia y Oceanía (Nueva Zelanda); y del
retroceso del dólar como moneda, junto a la creciente
internacionalización del yuan, inaugura nuevos escenarios casi
impensables hace pocos años: China ha cerrado acuerdos para
comerciar en las respectivas monedas, sin utilizar la divisa
norteamericana, con países tan relevantes como Brasil o Japón,
y otros. <o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Estados
Unidos responde a la nueva realidad con el “giro hacia Asia”,
proclamado por la diplomacia norteamericana, cuya expresión no
deja de ser el reconocimiento de su pérdida progresiva de
influencia en el mayor continente y el más poblado. Washington
es consciente de que el fortalecimiento chino en Asia va a
limitar su presencia, aunque no renuncia a perder su histórico
protagonismo conquistado desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial: por eso, la aparición de focos de conflicto en el
sudeste asiático, la periódica reactivación de crisis en la
península coreana, decisiones japonesas o filipinas a
propósito de disputas marítimas, son la expresión de la
política norteamericana de contención a China, sin olvidar que
también utiliza las cartas del particularismo nacionalista en
Tíbet, Xinjiang, o incluso en Mongolia interior. Washington
sigue contando con sólidos aliados en Asia: Japón, Corea del
Sur, Filipinas y Thailandia, y pretende reforzar sus acuerdos
con Indonesia, India y Malaisia, tentando incluso a Vietnam.
Mientras China pretende abrir canales diplomáticos de
negociación de las disputas asiáticas, Estados Unidos estimula
enfrentamientos y pretende, además, estar presente en las
negociaciones bilaterales entre países. La reclamación china
de las islas Diaoyu (Senkaku, para Japón), ocupadas por
Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, y
traspasadas a Tokio en 1972, ha dado lugar a nuevos
enfrentamientos, potencialmente peligrosos. Pekín exige que
los aviones que atraviesen el espacio aéreo de las islas se
identifiquen, lo que ha llevado al secretario de Defensa
norteamericano, Chuck Hagel, a dar garantías al gobierno
japonés de que Washington protegerá militarmente la soberanía
nipona sobre las islas, y a dar instrucciones para que sus
aviones de guerra patrullen la zona e ignoren el espacio aéreo
chino sobre las islas. Portavoces del gobierno norteamericano
mostraron su preocupación por el proceder chino que, según
Washington, “inquieta a sus vecinos”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Un
nuevo marco de relaciones internacionales está entre los
objetivos de la diplomacia china y rusa, que contemplan
también la aportación de la India. Con ocasión de la duodécima
reunión de los ministros de exteriores chino, ruso e indio, en
Nueva Delhi, Wang Yi, ministro de Asuntos Exteriores chino,
proponía a finales de 2013 que China, Rusia y la India
impulsaran su cooperación para alcanzar la condición de
aliados estratégicos, coordinándose ante las crisis y disputas
internacionales más relevantes (con especial atención a Siria,
Irán, Afganistán y la península de Corea), con el objetivo de
democratizar las relaciones internacionales y avanzar hacia un
mundo multipolar. El ministro chino no olvidó reseñar la
importancia de la cooperación para desarrollar la propuesta de
la <i>nueva ruta de la seda</i>, con las posibilidades
económicas que puede abrir. China ha propuesto también
desarrollar un “corredor económico” que una Bangla Desh,
India, Birmania y China, con especial atención a los
transportes ferroviarios y la construcción de plantas
energéticas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">China
no apuesta por sustituir a Estados Unidos en una posición
hegemónica en el mundo, pero trabaja por desarrollar un nuevo
orden mundial, que supere la etapa de predominio
norteamericano, fuente de muchos de los problemas actuales.
Tampoco quiere verse arrastrada a enfrentamientos militares,
aunque no deja por ello de definir las <i>líneas rojas</i>
que Estados Unidos no debe traspasar. El viejo mundo vigilado
por el gendarme americano está llegando a su fin, y las
estructuras políticas internacionales crujen. <b>La
ampliación del viejo G-7 y su conversión en el G-8 no han
resuelto la práctica inoperancia </b>de este grupo que,
hace un cuarto de siglo, pretendía ser un gobierno mundial <i>de
facto</i>, dirigido por Estados Unidos. De hecho, el nuevo
G-20 es el reconocimiento del fracaso y de la inutilidad
práctica del G-7, rasgo que, unido al reforzamiento de la OCS,
eje de la política exterior china, y a la aparición de
plataformas informales como los encuentros de los BRICS,
anuncian ya el nuevo mundo multipolar. Ante ello, no es
ninguna casualidad que Susan Rice, asesora para la Seguridad
Nacional del gobierno de Obama, insistiese, a finales de 2013,
en que Asia era “el principal foco de atención” de su país,
asegurando que el sesenta por ciento de su flota estaría
centrado en el Pacífico en un plazo de cinco o seis años.
Corea del Norte, Japón, Filipinas y el Mar de la China
meridional serán escenarios de nuevas disputas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Estados
Unidos todavía no ha renunciado a mantener la supremacía
global, y sigue utilizando para ello su capacidad diplomática,
su influencia en los organismos internacionales, su peso
económico y su impresionante fuerza militar. Continúa siendo
la mayor potencia militar del planeta, pero esa circunstancia
no le permite, paradójicamente, ganar las guerras modernas ni
aumentar su influencia estratégica. Incluso le ha creado
problemas entre sus aliados: sus relaciones con Arabia,
Israel, Egipto o Pakistán, no pasan por sus mejores momentos,
y es obvio que las negociaciones abiertas con Irán son el
reconocimiento implícito de los límites de su política
exterior.<b> </b>Las guerras se libran como en el pasado, pero
también con <i>drones</i>, operaciones secretas, comandos
para raptar personas, con el pupilaje de grupos terroristas,
la financiación de grupos políticos, con el espionaje
planetario de la NSA, como ha puesto de manifiesto el caso
Snowden: Estados Unidos se ha adjudicado la condición de
modelo a seguir, de democracia ejemplar, que tiene derecho a
juzgar al resto de los países, a exigir cambios y decisiones,
e incluso a imponer su opinión por la fuerza. Así, es
Washington quién decide el grado de democracia de cada país,
la justicia de una decisión y la bondad de cualquier política.
Quienes se oponen a su visión y a su estrategia, son
calificados de tiranías.<o:p></o:p></span></p>
<p class="noticia"><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Mientras<b> </b>Europa
no consigue salir de la crisis para emerger como un
protagonista internacional, el nuevo orden mundial que llega
estará organizado, con toda probabilidad, alrededor de tres
grandes potencias, China, Estados Unidos y Rusia, y una
segunda corona de países que, con estatus de potencias
regionales, tendrán también protagonismo internacional: India,
Brasil, Unión Europea (o, en su defecto, Alemania), y Japón.
Estados Unidos se resiste a aceptarlo; sin embargo, la
realidad se impone, y las guerras modernas de las que hablaba
el general Wesley K. Clark no han traído el fortalecimiento
del poder del <i>cowboy</i> pendenciero que siempre ha sido
Washington, y otros frentes han aparecido, hasta el punto de
que el veterano Henry Kissinger, viejo criminal de guerra y
atento lector del mundo que viene, se revela consciente de la
disminución del poder norteamericano, y mantiene que el nuevo
orden internacional girará en torno a Estados Unidos, China y
Rusia: sabe que Washington debe compartir la aurora de un
tiempo nuevo.<o:p></o:p></span></p>
<b><span
style="font-size:10.0pt;font-family:"Verdana","sans-serif"">Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante
una <a
href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/"
target="_blank">licencia de Creative Commons</a>, respetando
su libertad para publicarlo en otras fuentes.</span></b><br>
<meta http-equiv="content-type" content="text/html;
charset=ISO-8859-1">
<h1 class="entry-title">Así respira Ucrania</h1>
<div class="entry-meta"> <span class="author vcard"><a
moz-do-not-send="true" class="url fn n"
href="http://blogs.lavanguardia.com/berlin/author/rpoch"
title="View all posts by Rafael Poch">Rafael Poch</a></span>
| <a moz-do-not-send="true"
href="http://blogs.lavanguardia.com/berlin/asi-respira-ucrania-20686"
title="20:45" rel="bookmark"><span class="entry-date">04/03/2014</span></a>
</div>
<div class="entry-content">
<p><strong>Mayoritario deseo de buenas relaciones con Rusia.
Fuerte sentimiento democratizador y anticorrupción. Gran
disparidad geográfica en los balances de la situación</strong></p>
<p>Si hubiera que resumir el estado de la opinión pública
ucraniana sobre el destino de su país, el sentir mayoritario
podría ser, al día de hoy, el siguiente: sí a la unidad e
independencia del Estado ucraniano y sí a unas buenas y
fluidas relaciones amistosas con Rusia. Así lo sugiere la
última encuesta disponible realizada por el Instituto KMIS de
Kíev entre el 21 y el 25 de febrero y divulgada ayer por
medios en sintonía con el contestado gobierno pro-occidental
instalado en la capital.</p>
<p>Un 68% declara que Ucrania y Rusia deben seguir siendo
países independientes pero amigos, con fronteras abiertas,
sin visados ni aduanas (Opción 1). Otro 12,5% lleva la amistad
hasta el extremo de la disolución nacional del Estado
ucraniano para fundirse en un único Estado con Rusia (Opción
2). Finalmente, un 14,7% favorece que la relación con Rusia
sea tan estricta como la que correspondería a cualquier otro
estado: con fronteras, visados y aduanas (Opción 3).<span
id="more-595"></span></p>
<p>El problema es que ese sentir que sugiere un sentido común
mayoritario hacia una solución de consenso y equilibrio, tiene
una distribución regional muy contrastada, lo que lo convierte
en algo mucho más complejo y dramático capaz de abonar un
escenario de federalización o partición del país,
especialmente teniendo en cuenta la negativa influencia de los
dos grandes vecinos: Rusia y Euroatlántida.</p>
<p>Dividido en cuatro sectores geográficos (Este, Sur, Centro y
Oeste) la Opción 1 vence en todas partes (72,2% en el Este, la
región más rusófila; 63,8% en el Sur –que incluye la península
de Crimea ocupada por Rusia-; 69,7% en el Centro; y 66,7% en
el Oeste, que incluye la región de Galitzia que perteneció al
Imperio austro-húngaro y que en su mayoría solo se integró en
la Rusia soviética en 1945.</p>
<p>La Opción 2, renunciar a la independencia de Ucrania y
reunificarse con Rusia en un único Estado, solo la apoya el
0,7% de la opinión en el Oeste, el 5,4% en el Centro, el 19,4%
en el Sur y el 25,8% en el Este más rusófilo.</p>
<p>El panorama que arroja la Opción 3, que contiene una
sugerencia de firmeza y cerrazón hacia el vecino ruso, con
fronteras estrictas, solo la apoya el 2% de la opinión del
Este de Ucrania y el 10,5% del Sur. Sin embargo, en el Centro
y en el Oeste está posición, muy bien representada en el
actual gobierno pro-occidental de Kíev, encuentra muchos más
partidarios: 20,9% (Centro) y 24% (Oeste), respectivamente.</p>
<p>Pero, por importante que sea, la relación con Rusia es sólo
un aspecto de la actual crisis. Preguntados, en febrero, por
el motivo de las protestas en la plaza central de Kíev
(Maidán), la mayoría (43%) respondía que “el enfado hacia el
régimen corrupto (del Presidente) Yanukovich”. Otro 30%
explicaba la protesta en la “influencia occidental que quiere
atraer a Ucrania hacia la órbita de sus intereses”.</p>
<p>Respecto a la responsabilidad por la escalada del conflicto
en Kíev, un 49% culpaba a Yanukovich, entre el 21 y el 25 de
febrero cuando la victoria de la oposición parecía total y aún
no había aparecido una fuerte protesta “anti-Maidán” en el
Este y el Sur del país. Otro 34% culpaba a la oposición. Una
vez más: todas estas opiniones reflejan un vivo contraste
regional dentro del país.</p>
<p>Siendo el deseo de buenas relaciones con Rusia y el deseo de
mantener la independencia e integridad del Estado ucraniano,
los dos ejes de la situación, quien sea visto como una amenaza
para cualquiera de ellos se desprestigiará. Esto afecta tanto
a los jugadores locales, como a los imperios que rodean el
país.</p>
<p>El gobierno de Kíev se ha desprestigiado y no representa al
conjunto del país por su rusofobia y porque el grueso de sus
miembros proceden del Oeste o son magnates en la órbita
occidental. Por otro lado Putin se desprestigia también por
ser visto como amenaza a la integridad e independencia de la
nación y por apoyarse en magnates cuyos negocios están
relacionados con Rusia.</p>
<p>Tanto el deseo occidental de una Ucrania contra Rusia, como
el de Putin que para evitarlo pone en cuestión la integridad
territorial del país con la ocupación militar de un trozo de
ella, chocan con el consenso mayoritario. Ninguna de las dos
cosas gustan, pero ¿cual es más decisiva para configurar “el
promedio” de la opinión pública ucraniana? En lo que este
conflicto depende del estado de la opinión pública –quizá no
mucho- estos son factores a tener en cuenta.</p>
<p><strong>¿Cuál es el motivo de la protesta popular en Kíev?
Ucrania – Rusia</strong><br>
La influencia occidental que quiere a Ucrania en su órbita:
30% – 43%<br>
El ambiente nacionalista:
26% – 31%<br>
El enfado por la corrupción del régimen de Yanukovich:
43% – 17%<br>
Deseo de liberarse del dictado de Rusia:
12% – 11%<br>
Deseo de que Ucrania sea civilizada como Europa:
27% – 12%<br>
Sentido de la dignidad y rechazo de la arbitrariedad:
25% – 11%<br>
Protesta ante la dureza de los antidisturbios:
26% – 4%<br>
Otros:
5% – 1%<br>
No sabe, no contesta:
9% – 13%<br>
(*)<br>
<span style="text-decoration: underline;">FUENTES</span>: <em>Centro
Levada / Instituto Internacional de Sociología de Kíev
(KMIS)</em></p>
</div>
<br>
</div>
<br>
</body>
</html>