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Mar Nov 22 10:42:52 CET 2005


EL ARTÍCULO DEL DÍA // ROSA REGÀS
El peso de la deuda externa

Noticia publicada en la edición de 22/11/2005 de El Periódico - edición
impresa.

• África nunca prosperará mientras deba seguir pagando a los responsables
de su miseria

ROSA Regàs
Escritora y directora de la Biblioteca Nacional

Cuando en 1989 fui a trabajar a África por primera vez, un alto
funcionario del Banco Mundial destinado en Nairobi me dijo con la mayor
tranquilidad que la pereza y el sida estaban haciendo tales estragos en el
continente que al cabo de 10 años habría en él más de 12 millones de
huérfanos del sida. Y así ha sido. A lo que todavía no hemos llegado es a
lo que vino a decir a continuación, que una vez la población estuviera
diezmada habría llegado el momento para que los estados desarrollados
tomaran el control de estos países y recuperaran su maltrecha economía
Y es que, dicen los neoliberales, África y la mayoría de los países en
desarrollo no tienen solución, porque sus habitantes son corruptos (sin
pensar en quiénes les enseñaron a serlo y quiénes los corrompen hoy), les
falta preparación (fuimos los colonizadores los que se la negamos), se
matan y pierden en luchas tribales (nosotros dividimos sus territorios a
nuestra conveniencia sin reparar en su cultura ni en la variedad de sus
tribus) y son pueblos miserables (los expoliamos y los convertimos en
esclavos). En resumen, carecen de las virtudes modernas que a nosotros nos
han permitido llegar a la cúspide del progreso y de la riqueza. Pero en
ningún momento hablan del brutal peso que para un país ya esquilmado como
cualquiera de ellos supone la deuda y el servicio de la deuda. Y lo que es
cierto, lo que cualquiera puede ver a poco que se adentre en los
presupuestos de estos países, es que no tendrán solución mientras les
aplaste esta deuda.
Una deuda que procede de programas de ajuste estructural del Fondo
Monetario Internacional o el Banco Mundial que, además del pago por
royaltis o patentes a los países ricos, llevan implícitos unas condiciones
de trabajo inhumanas para la mano de obra a fin de ser competitivos en el
mercado mundial: sueldos de miseria, jornadas de 15 horas, trabajo
infantil, condiciones de explotación...
Otras veces la deuda procede de la compra de armas para guerras que los
mismos países ricos provocan para mantener su propio equilibrio en el
mundo. Y otras, a embolados propuestos a los megalómanos dictadores que no
son más que puro despilfarro para el país. Sin olvidar tantos programas e
inversiones en forma de cooperación o de exportación del país de origen
que en la mayoría de los casos devenga ya sus propios beneficios. Todo se
grava con unos intereses que aumentan cada año. En 1975 se pagaba el 6,1%
y hoy a veces alcanza el 44%. Hay países que siguen siendo deudores aunque
hayan pagado dos o tres veces el monto de su deuda, que supone para los
más pobres un tanto por ciento muy elevado de su PIB. ¿Cómo prosperar en
estas condiciones? ¿Cómo no han de huir sus ciudadanos?

POR MÁS QUE saben que con este peso de la deuda es muy poco lo que se
puede hacer, los líderes de los países endeudados callan, pero sus
sufridas poblaciones denuncian la deuda por ilegítima y defienden que no
son los países ricos los acreedores y ellos los deudores, sino al revés.
¿Por qué no se reconocen sus deudas, la histórica, la ecológica y la
moral?, dicen.
Si Inglaterra montó su imperio sobre la droga y otras riquezas del Sureste
asiático, España mantuvo su imperio con la plata y el oro procedentes de
América del sur, Francia con las riquezas de Argelia, Indochina, Siria y
el Líbano, Bélgica con la explotación criminal de las minas del Congo, ¿no
habría que contabilizar lo que se llevaron esos colonizadores? Expolio de
riquezas, anulación de la cultura y de la identidad, menosprecio por los
indígenas a los que ni siquiera se les dio la más mínima educación,
irracional división de los territorios que tantas guerras habría que
provocar. ¿Quién habla hoy de todo esto?
¿Y de la deuda ecológica? ¿No pagan los países pobres el brutal consumo y
el deterioro de los recursos del mundo en la misma medida que nosotros
aunque no contribuyen en igual medida a su consumo? ¿Acaso son ellos
responsables del cambio climático, del creciente agujero de la capa de
ozono, de la contaminación de ríos y océanos, de la deforestación del
planeta? Por no hablar de la deuda moral, deuda de sangre, que tantos
países contrajeron con los países pobres enviando a sus torturadores y
ejércitos para defender a los dictadores, siendo por tanto responsables
igual que ellos de las muertes y desapariciones de decenas de miles de sus
ciudadanos ¿Quién contabiliza estas brutales pérdidas?

SI LO analizamos bien, descubriremos que la deuda externa es la forma que
el mundo rico ha inventado para mantener en estado de sumisión, cuando no
de esclavitud, al pobre. Su fin no es sólo el enriquecimiento, sino la
imposición en el mundo entero de un neoliberalismo económico brutal,
disfrazado de democracia, que permite al 15% o 20% de la población vivir
en el consumo más desalmado de los recursos del planeta, mientras el resto
trabaja para ellos cuando no languidece de miseria y muere. Y la forma de
imponer una globalización, vendida como el motor del progreso, cuando no
es más que un beneficio para los países ricos. Ellos, los pobres, tienen
un comercio sometido a aranceles y subvenciones impuestos por los países
ricos, no pueden elegir dónde vivir y trabajar como nosotros, ni tienen la
riqueza suficiente como para acceder a las nuevas tecnologías en igualdad
de condiciones.
Cabe pensar, pues, que tienen razón cuando dicen que los países ricos no
sólo somos culpables de usura e injusticia histórica, sino que también
somos responsables de la miseria y la falta de esperanza en que viven los
países que decimos ayudar. Sin la condonación de la deuda no hay salvación
ni para ellos ni, a la larga, para nadie.





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