[LaCrisi-paguinElsRics] Campamentos Dignidad: El Sí se puede de los parados-Manuel Cañada

luisgonzalez en moviments.net luisgonzalez en moviments.net
Dom Oct 6 11:29:31 CEST 2013


Inspirador

Asunto: 	[laboral15m] Re: un text pel curs de proces constituent
Fecha: 	Sun, 29 Sep 2013 10:10:02 +0200
De: 	Josep cobas <933002939 en telefonica.net>


*Os envio esto que recibí de una interesante experiencia "campaña 
sostenida" en Extremadura que se extiende a Cordoba, de los amigos de 
Cañamero y que sigue hasta la marcha a Madrid para 22 mayo 2014. No hay 
proceso constituyente sin los precarios, sin la clase trabajadora. (mas 
de 800 mil parados en Catalunya y 35% de los que trabaja no llega a 1000EUR)

Campamentos Dignidad: El Sí se puede de los parados-**Manuel 
Cañada-Rebelión*

Muchas camisetas de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas llevan 
inscrito el siguiente lema: /Rescatan al banquero, desahucian al 
obrero/. Un reciente informe de la PAH corrobora la precisión del 
eslogan: el paro es el motivo de impago de las hipotecas en el 70% de 
los casos y el 25% del total de los afectados son desempleados sin 
subsidio. Pero, ¿dónde están las camisetas contra el paro? *¿Qué explica 
que el obrero sea capaz de movilizarse en tanto que desahuciado de la 
vivienda pero no en tanto que desahuciado del trabajo? *_**_

El trabajo  manual es la pornografía contemporánea, escribió el burlón 
Zizek. Pero si la representación del trabajo manual está clandestinizada 
o, a lo sumo, constituye un objeto de comedia costumbrista, el paro es 
aún más invisible, más irrepresentable. El paro se vive como fracaso 
individual, entre la ocultación y la culpa. El poder es muy consciente 
de ello y atornilla cada día el acoso contra los parados, sembrando 
machaconamente la sospecha de fraude, induciendo a la delación anónima, 
amurallando el apartheid social.

Mientras tanto, por todos lados se escucha la misma cantinela ¿dónde 
están los parados, por qué no salen a la calle? ¿Por qué no se lucha? Y 
entonando esta letanía de la impotencia, muchos integrantes del coro se 
sacuden su responsabilidad. No se recuerda cuándo fue la última vez que 
un sindicalista pisó una oficina de empleo y tampoco hay demasiado 
rastro de los movimientos posmodernos, más interesados, según parece, en 
los últimos rizos teóricos sobre las nuevas subjetividades 
contemporáneas, el trabajo cognitivo y la multitud deseante...

Pero los tiempos de la tontuna se están acabando. La movilización de la 
PAH, del SAT o de los Campamentos Dignidad, sin proponérselo, está 
revelando la complicidad de los aparatos sindicales o la impostura de 
determinadas jergas militantes. Ya no podemos repetir gratuitamente 
aquello de "la exclusión social es más que la simple pobreza" o 
pontificar sobre el carácter "post-materialista" de los nuevos 
movimientos sociales. Lo que hasta ahora se presentaba con el aura de la 
complejidad se muestra descarnadamente ante el personal como velo, como 
conjunto de coartadas del nuevo higienismo social o del ciudadanismo 
abstracto, que constituyen hoy dos de las grandes vetas ideológicas de 
las clases dominantes.

"/La claridad es una cuestión moral/", dejó escrito Carlos Castilla del 
Pino (1). Ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre: 
paro, precariedad, pobreza, explotación, dominio de clase. Con 6 
millones de personas en la trituradora de los desechos y con casi un 10% 
de la población dependiendo para comer de los bancos de alimentos y de 
la caridad institucional, no podemos prolongar el carnaval de excusas y 
adulteraciones.

La PAH nació en Cataluña y Murcia pero su medicina se extendió -aunque 
al principio muy lentamente- y demostró que tiene efectos sanadores en 
cualquier rincón del Estado. 50 personas gritando en la puerta de una 
oficina bancaria "/Tenemos la solución: los banqueros a prisión/" es un 
lenguaje que entiende hasta el director de sucursal más obtuso. Aquel 
que no encontraba un hueco en su agenda para recibir al torturado 
afectado, rápidamente alivia sus compromisos. Y al monstruo anónimo, 
como llamaba Steinbeck a los bancos, le brotan con singular diligencia, 
los interlocutores, licenciados en lenguaje sutil e inteligencia 
emocional. Por fin, la injusticia tiene nombre, dirección y portavoces. 
El escrache y las acciones que erosionan la imagen de los bancos, son 
eficaces en todos sitios. En Barcelona y en Arroyo de San Serván. Ante 
el BBVA y ante Caja Badajoz.

*Organizar el Sí Se Puede de los parados y precarios en las oficinas de 
empleo**también es generalizable.* Lo que ocurre es que, como en el caso 
de la PAH, *hablamos de camino pedregoso y no de atajo mediático o 
electoral.* Hablamos de vínculo intenso, de comunidad y no de 
"representación de los sin voz" ni de fugaces "me gusta" en el facebook.

Con toda la humildad que se quiera, en los Campamentos Dignidad se ha 
puesto en pie un pequeño Sí Se Puede de los parados y precarios. Y, a lo 
mejor, algunas de las modestas enseñanzas de esta lucha pueden ser 
útiles en otros lugares. Los parados y precarios de Extremadura no están 
hechos de una pasta especial ni las condiciones sociales o políticas en 
las que viven difieren, en lo sustancial, de las circunstancias de 
cualquier otro territorio del Estado Español.

*Los Campamentos Dignidad de Extremadura se inscriben en la onda larga 
de lucha que abrió el 15M y ha prolongado la lucha de las mareas, del 
SAT o de la PAH.* En las manifestaciones de los acampados se funden el 
"/No hay pan para tanto chorizo/" con el "/Viva la lucha de la clase 
obrera/"; tan pronto se corea "/Ni un desahucio más en esta ciudad/" 
como brota el "/Qué barbaridad que el hijo del obrero no pueda 
estudiar/". Los campamentos han ido configurando una especie de 15M 
obrero que, más allá de las reivindicaciones específicas que los 
hicieron nacer, apuntan a preocupaciones y desafíos comunes. ¿Las 
personas paradas y precarias pueden constituirse en sujeto social y 
político? ¿Es la renta básica un instrumento real de lucha y unidad o, 
por el contrario, un producto "utópico" de auto-consumo militante? Somos 
o podríamos ser el 99%, afirmamos con alegría, pero ¿cómo y desde dónde 
se construye la mayoría? ¿Es posible la transformación social sin el 
protagonismo de las gentes de abajo? ¿Clase obrera, precariado, 
"chunguitud"...cómo se crea hoy el cacareado contrapoder, el poder popular?

*Campamentos Dignidad: una comunidad de lucha*

Un relámpago ha estremecido el cielo plácido de Extremadura. Desde el 
suelo, durante 80 días, se ha alzado ante las oficinas de empleo un 
movimiento popular que ha sacudido la parsimonia del veterano cortijo. 
Los Campamentos Dignidad han puesto en pie una comunidad de lucha, 
uniendo a parados de todas las edades y gremios, dando la voz a los 
barrios mudos de la miseria, congregando a la juventud precaria y a la 
clase obrera.

El 20 de febrero, frente a las puertas del INEM en Mérida, se alzaban 
las primeras tiendas de campaña. Una semana más tarde, otro grupo de 
parados acampa en Plasencia y, tras el desmantelamiento alevoso por 
parte de la policía, se instala en el interior de la catedral, donde 
permanecerá hasta el final la nueva colectividad rebelde. Un mes más 
tarde, la chispa se extiende a Almendralejo y Badajoz. Frente a las 
oficinas de empleo, se levantan dos nuevos campamentos, al tiempo que se 
multiplica la solidaridad por toda Extremadura.

En el origen de la protesta se encuentra el desprecio del poder político 
a la ILP por la Renta Básica que la Plataforma ha presentado, avalada 
por 27.000 personas, el equivalente estatal del casi millón y medio de 
firmas que ha conseguido la PAH a favor de la ILP de dación en pago. 
"/Hubiera merecido mejor final/", sentencia uno de los políticos 
extremeños, dando por muerta y enterrada la iniciativa popular. Pero el 
acontecimiento siempre llega con pies de paloma.

Durante meses, los Campamentos Dignidad consiguen desplazar la 
centralidad política de Extremadura hacia las oficinas de empleo, hacen 
escuchar como discurso lo que no era percibido más que como ruido. Los 
campamentos se yerguen como comunidad disidente pero, al mismo tiempo, 
como vivero de lucha, lugar de encuentro de los movimientos alternativos 
y escuela diaria de desobediencia. Un hervidero donde la generosidad, la 
fraternidad y la reivindicación se dan la mano; donde el reparto de 
alimentos se alterna con el escrache; donde el intempestivo refugio de 
acogida se transforma en centro organizador de la movilización para 
reclamar la tarifa social del agua o la paralización de los desahucios.

Hay una comunidad en construcción. Y comunidad, aquí, quiere decir 
organizar otra vida cotidiana, otras relaciones distintas a las 
establecidas, mediadas por el lucro y la competencia. Generosidad y 
solidaridad dejan de ser material de contrabando ideológico, enseñas de 
las nuevas franquicias de la caridad. La solidaridad es la ternura de 
los pueblos y la ternura de los pueblos es pan, leña y mantas. Y 
complicidades para señalar a los políticos. Y aliento para la lucha, en 
sus infinitas formas posibles. Las trabajadoras del INEM traen café y 
dulces. Uno de los panaderos de la barriada Nueva Ciudad nos obsequia 
todos los días con su pan. El dueño del bar nos deja que enganchemos 
allí la luz. Un vecino nos facilita el wifi y otro nos trae los trébedes 
y los pucheros. Abel aporta la caravana para ubicar allí la oficina de 
agitación y propaganda, y Francisco un cargamento de leña. Son miles de 
personas en toda Extremadura las que colaboran con los campamentos, 
apuntalando la revuelta. El pueblo se vuelca a tal extremo que las 
acampadas han de organizar el reparto del excedente de comida generado, 
entre las familias más necesitadas en los barrios.

"/La vida es darse. Darse, no hay alegría más alta/", dice Eduardo 
Galeano. Y la honda verdad de ese pensamiento adquiere potencia en el 
estado naciente, en el momento creador de los movimientos populares. La 
comunidad se teje con mil hebras de generosidad, de ejemplos que no 
esperan medalla. Pedro y Yolanda cuelgan la bandera indeleble en el 
balcón de la plaza: Sus beneficios, nuestras crisis. Myriam, Raúl, Diego 
o Izaskun duermen en el campamento y desde allí se van al trabajo o al 
estudio. Jesús, Rubén y Jorge se han desplazado desde Almendralejo para 
asentar la semilla subversiva y después constituirán el embrión de la 
acampada en su ciudad. Ángel o Jon aportan su saber jurídico a la tarea 
de convertir el campamento en oficina de derechos sociales a la 
intemperie. Teresa, 67 años contra la grama, multiplica las horas y las 
tareas de apoyo. Jose, a pesar de su enfermedad, defiende la cocina, va 
sacando de la nada guisos inverosímiles. Heroísmo cernido, desafío de 
los anónimos, levadura del pueblo. La comunidad va creciendo en los 
eriales del INEM. "/Las resistencias al capital y a la dominación asumen 
la forma ética y política de comunidad/", escribe con acierto Raúl 
Zibechi (2). Las soledades se organizan, los duelos ignorados encuentran 
el oído atento. El afectado se hace militante y el militante se baña de 
humanidad. La revolución se despoja de abstracciones, se hace carne y 
hueso. "/Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, entra en 
la plaza/". Y ahí, en el nosotros, se desvanece el duro individualismo, 
palidecen las egolatrías. El individuo se olvida de sí mismo, 
"/arrastrado por la colectividad, se entrega por entero a los fines 
comunes/". Emancipados del televisor, se hace posible la conversación, 
la escucha mutua y cada uno, entre los demás, es "/impelido, llevado, 
conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado/" (3) a la oficina de 
empleo que es plaza, a la catedral que es plaza, a la comunidad.

Y el INEM, con su reguero de historias, va amasando la colectividad 
insurrecta. La gran neurosis colectiva del paro se desgrana en afrentas 
individuales. A ésta compañera la quieren apañar con 90 euros de 
subsidio, porque trabajaba con contrato a tiempo parcial, y a aquel otro 
le quitan la RAI porque su mujer, ¡qué lujo!, trabaja de limpiadora. A 
uno le hacen venir a sellar a dos horas distintas de la mañana y a otro 
le deniegan la ayuda existente hasta ahora para mayores de 52 años. 
"/Cursillos todos los que quieras, pero de curro nada de nada/", dice un 
compañero; "/hasta pal campo te piden entrevista de trabajo/", lamenta 
otro. Una joven cuenta que en el flamante Decathlon les pagan en forma 
de salario hora y otro no tan joven relata cómo le han robado un mes de 
subvención al desempleo: "/Si no renuevas la cartilla del paro en el día 
previsto, te quitan 30 días de subsidio. ¿Y de dónde comes ese mes?/".

Es la Casa Grande, dicen con ironía los parados. La Casa del Dolor, le 
llama Marisa. Si se aguza el oído, a cada rato se escucha la palabra 
depresión y, a corta distancia, con ella compite en frecuencia la 
palabra escopeta. Aquí se aprende la declinación del verbo 
"entrankimazarse" y la angustia demuestra su versatilidad. Aquí se 
conoce la proliferación del tormento en los barrios, entre la gente 
obrera. A Antonia le han echado quince días de arresto domiciliario por 
plantar cara a la trabajadora social; Álvaro cumple 10 días de servicio 
a la comunidad por pintar en la pared una hoz y un martillo; Paula viene 
a que pidamos el indulto para su novio, condenado a la cárcel a pesar de 
los sólidos informes médicos sobre su esquizofrenia.

Aquí comparece la verdad oculta detrás de los titulares de los 
periódicos: los servicios sociales como policía de las familias pobres, 
las agencias de la caridad como aparato de humillación y control social. 
/"¿Tú sabes cómo tratan los perros a las garrapatas? Pues así nos tratan 
las trabajadoras sociales a nosotros, como si fuéramos garrapatas/", nos 
dice un compañero. "/La buena planta que tienes y las buenas ropas que 
gastas/", le ha espetado una monjita a otra de nuestras camaradas. 
"/Parece que hay que llevar el moño recogido y los niños con los mocos 
colgando para que te den algo. Cámbiame el café por huevos, le digo, que 
no tomo café, pero no hay manera/".

Y, a pesar de todo, por un inesperado camino, el dolor colectivo se 
transforma en lucha, y la lucha se trueca en alegría. Porque ésta no es 
una comunidad cualquiera, es una comunidad de lucha. "/Somos pueblo/", 
dice Petri, pueblo en lucha. Los Campamentos Dignidad van trazando el 
mapa de su audacia, convirtiéndose en semillero de la organización 
popular, en denuncia permanente contra los que nos arrastran a la 
miseria. Un día marcamos la ruta de la estafa financiera, plantándonos 
frente a las oficinas bancarias en apoyo a las familias con amenaza de 
desahucio y, al otro, realizamos un escrache por la renta básica. Una 
mañana reclamamos ante el ayuntamiento que repongan el agua a las 600 
familias a las que se la han cortado por impago y, a la siguiente, 
empapelamos las ciudades extremeñas con carteles de Se Busca a Monago.

Como le gusta decir a Alfonso, "/el escrache es lo más democrático que 
tenemos/" y, a pesar de la histérica campaña de criminalización, hacemos 
un uso intensivo de él. Y así, se suceden los señalamientos públicos a 
Monago, a Carrón, consejero de Política Social, a Víctor del Moral, 
odiado consejero de Vivienda, a Carlos Floriano, a la Reina Sofía, e 
incluso aderezamos con chorizo el escrache ante el hotel de cinco 
estrellas en el que almuerzan las austeras señorías del PP extremeño.

*Dignidad y emoción, organizándose de la mano*

Los acontecimientos dentro del acontecimiento van jalonando la 
construcción de la comunidad insurgente. Una tarde, en la asamblea de 
cada día, se presenta Jesús y nos dice con voz rota: "/Yo voy a ser el 
número 20/". Habla de la estremecedora contabilidad de los suicidios. 
Está en el paro, como casi todos, y el BBVA le ha comunicado el 
desahucio para el 9 de abril. Una corriente de rabia y fraternidad 
atraviesa el campamento. "/A ti no te va a echar nadie de tu casa, 
Jesús/". A la mañana siguiente, un piquete del campamento arranca del 
banco el compromiso de paralización del desalojo. En cascada, empiezan a 
pararse desahucios de hipotecas en Mérida, Arroyo de San Serván, 
Aceuchal... y los directores de las entidades bancarias se reúnen en 
secreto para pactar una estrategia común ante la movilización.

Lo que empezó siendo una plataforma por la renta básica toma forma como 
movimiento por los derechos sociales. Detrás de la renta básica salen 
las otras cerezas de la cuestión social. La PAH se constituye dentro de 
los Campamentos en Mérida, Plasencia y Almendralejo. También las 
movilizaciones de la Marea Ciudadana contra los recortes se convocan 
desde las acampadas. Y la Coordinadora Estudiantil se reúne igualmente 
allí para preparar sus movilizaciones contra los atropellos de Wert y 
compañía. De la renta básica a los desahucios de vivienda social. Del 
derecho al agua a los desahucios de hipotecas. De la exigencia de 
empleos públicos a las mareas contra los recortes. Los Campamentos van 
trenzando las resistencias y arrimando su fuerza a cada convocatoria de 
lucha.

Desobediencia y comunidad se hermanan, abriendo "la fiesta de las 
posibilidades". Mientras la crisis capitalista "/desorganiza el viejo 
sistema social y desclasa a grupos sociales ligados al viejo régimen y 
que creían en él/" (4), los campamentos apuntan a un nuevo comienzo, a 
la fundación de vínculos inéditos, de solidaridades alternativas. Es el 
tiempo dionisiaco, el momento de la exploración de los posibles. Iván 
organiza un taller literario, Ramón y Mariángeles fabulan corralas 
futuras, Rosendo monta un taller para dejar de fumar, un grupo de 
mujeres mayores inician una cadeneta, otro grupo pone en marcha el Coro 
del Campamento Dignidad de Plasencia, las compañeras del Ateneo 
Libertario de Mérida preparan talleres dominicales de juegos para los 
niños, Eladio y Daniel movilizan a más de 70 escritores para colaborar 
en un libro solidario con la lucha. Rafa propone hincarle el diente a 
los huertos familiares y Abel plantea crear una red de güifinet. /"¿Pero 
también nos vamos a meter con el Internet?/", pregunta irónica María, 
una de las activistas gitanas de la barriada Juan Canet.

El aparato de poder se muestra desconcertado. La policía de uniforme y 
la de bar no dan abasto. Pero ni las unidades de intervención policial 
ni las brigadas capilares del alcucereo atinan a controlar y prever los 
movimientos de esta hidra insospechada que ha nacido en los páramos del 
SEXPE. Ni las visitas nocturnas de los guardias, ni las amenazas de 
desahucio contra algunos de los militantes más activos del Campamento 
como Agustín, Mari Carmen, Domingo, Lorena o Manoli, ni los ardides 
caciquiles de los intermediarios de la política, intentando comprar a 
algunos de los miembros del campamento con la promesa de solución 
personal a sus problemas de vivienda o trabajo, son capaces de sacar del 
paso al movimiento. Porque aquí, el poder no se enfrenta a un conflicto 
reconducible a los parámetros habituales y conocidos de la política como 
gestión o administración, la que sólo entiende de minimización del daño 
y de clientela. Aquí es la otra, la verdadera política, la que cuestiona 
los fundamentos del dominio, la que pone encima de la mesa las palabras 
igualdad, pueblo y coraje.

Y así, higo a higo, escrache a escrache, se va llenando el canasto del 
nuevo movimiento. La ley de renta básica entra en la recta final y para 
el 9 de mayo se anuncia su aprobación. Los Campamentos preparan dos 
marchas, desde Plasencia y Almendralejo, que confluirán ante el 
parlamento de Extremadura. Pero al final, para sorpresa de propios y 
extraños, otras dos marchas imprevistas se suman desde Badajoz y 
Villafranca, en una nueva jornada de entusiasmo y explosión del sí se 
puede. Centenares de jóvenes de Almendralejo, de Plasencia, de Badajoz, 
de toda Extremadura despiertan a la lucha social junto a veteranos 
luchadores como Teo, Agustín, Manolo, Carlos, Miguel, Pepe, Dani, Rafa, 
Maite, Abel, Torralbo o Puri. En Mérida, las columnas se funden en un 
abrazo colectivo. "/El día que nos tengamos que ir, lo vamos a hacer 
llorando/", dice Belén. Dignidad y emoción, organizándose de la mano.

Las acampadas se mantienen hasta que el parlamento aprueba la ley de 
Renta Básica. Ese día, en las inmediaciones de la Asamblea de 
Extremadura, los numerosos policías antidisturbios, prestos a 
intervenir, tan pronto se quitan como se ponen los cascos, atendiendo a 
las órdenes contradictorias de los políticos, desorientados por la 
presión sostenida del movimiento. Al final, el parlamento ratifica una 
ley que, en modo alguno, responde a lo que vienen exigiendo los 
acampados, quienes la bautizan como el timo de Monago. Sólo va a acoger 
a unas 8.000 personas; sí, son muchas más que las 1.500 iniciales que 
planeaba el gobierno del PP, pero aun así muy lejos del mínimo que se 
reivindicaba: dar cobertura a las más de 70.000 personas paradas sin 
ingresos. Y a pesar de las modificaciones introducidas, el texto 
definitivo se mueve en la lógica de las rentas mínimas de inserción 
social que el movimiento ha denunciado. Sin embargo, en la calle los 
manifestantes, que se han opuesto resueltamente a la ley, saltan de 
alegría. ¿Cómo es posible que no prenda el desánimo? ¿Por qué gritan Sí 
Se Puede, si sus pretensiones han sido vencidas en el parlamento?

Pero las apariencias de derrota engañan. Todo el mundo intuye que, con 
ser importante, hay algo aún de mayor trascendencia que haber torcido 
los planes del gobierno extremeño, más sustancial que el incremento de 
perceptores de la renta básica de inserción, o que las mejoras 
arrancadas en aspectos sustanciales como la cuantía, la duración máxima 
o los requisitos de empadronamiento y edad. Y ese algo es la 
construcción de un movimiento, la creación de una fuente de poder 
popular. El acontecimiento, dice Alain Badiou, "/produce una quiebra en 
el campo del saber de una situación, porque con el acontecimiento emerge 
una verdad no considerada por el saber de la situación misma/" (5). El 
acontecimiento irrumpe en el orden aparentemente inmutable, rasga el 
manto de las obviedades, descoloca el tablero previsible.

*El pueblo ni está ni se le espera, habían sentenciado en los despachos 
del poder.* Pero los Campamentos Dignidad liquidan el presagio y hacen 
aflorar las verdades escondidas, las certezas que se encuentran "más 
allá del sentido común". En el acontecimiento estallan las verdades 
desterradas del Sí Se Puede. Como antes en el 15M, la PAH o las 
movilizaciones del SAT, en las acampadas contra el paro y la precariedad 
se despierta la posibilidad de luchar y vencer. Frente a la repetición 
estúpida del "para qué nos vamos a quejar, si nos va a dar igual", 
emerge la conciencia de la injusticia y la confianza en el nosotros. Sí 
se puede luchar, sí se puede organizar la sociedad de otra forma, sí 
podemos hacerles retroceder, sí podemos alzar la voz por encima de la 
impotencia. Estas son algunas de esas posibles y provisionales 
enseñanzas del Sí se puede de los Campamentos Dignidad.



*Cinco pequeñas tesis para una gran lucha*

1. *La verdad es concreta. Es el tiempo de lo evidente: Renta Básica, 
curro y techo*

La verdad es concreta, dicen que escribió Bertold Brecht en las paredes 
de un generoso amigo que le acogió en el exilio. Es la hora de lo 
evidente: renta básica, trabajo, vivienda. Derecho de existencia, curro 
y fin de todos los desahucios. Esas son las tres demandas que han 
servido de nexo, la amalgama capaz de unir a los cuatro campamentos y, 
alrededor de ellos, a una parte muy significativa del pueblo precario de 
Extremadura. Por supuesto que cada una de estas reivindicaciones tiene 
su particular historia y encaje: las luchas populares no nacen en un 
think tank ni en un gabinete de estudios. La renta básica era el 
producto de una lenta maduración, el cultivo de años que acababa dando 
sus frutos. En paralelo, la reivindicación de 25.000 puestos de trabajo 
cortaba el paso a las críticas más socorridas contra la renta básica, 
las de promover la haraganería y una sociedad subsidiada, y para los más 
veteranos ligaba con la pelea provechosa por 5.000 contratos que tuvo 
lugar en el año 1998. En cuanto a la reivindicación del final de todos 
los desahucios se conectaba así con la ILP de dación en pago, 
tramitándose en ese momento, y, simultáneamente, con las resistencias a 
la ofensiva del gobierno extremeño contra las barriadas de viviendas 
sociales. "/Nadie puede empezar a pensar, a sentir, a actuar, a no ser 
que lo haga partiendo del punto inicial de su propia alienación/" (R.D. 
Laing). La lucha, casi siempre, nace en las cercanías de la experiencia 
propia, arraiga en las zonas de transformación potencial de cada 
individuo y cada grupo.

Pero no se trataba ni se trata de una simple agregación de 
reivindicaciones, sino de dotarlas de un aliento común. Nada obrero nos 
es ajeno, nada precario nos es ajeno. Que no corten el agua a nadie por 
falta de ingresos, que haga frente al copago sanitario o que se reponga 
la gratuidad del transporte escolar para los chavales de los 
institutos... Cualquier problema colectivo de un grupo de personas 
paradas o precarias es integrable en nuestra lucha; sólo hace falta un 
requisito: que haya afectados directos que estén dispuestos a luchar por 
ello, y desde ese mismo momento reciben el apoyo y constituyen también 
Campamento Dignidad.

Y, cabría añadir, además *"**/una reivindicación nueva: dignidad, 
soberanía, poder/**".* Ese es, también, el salto de los Campamentos. 
Porque para luchar hace falta ilusión, moral de victoria, "discurso 
profético". "/El proletariado que no quiera dejarse tratar como canalla, 
necesita de su coraje y de su dignidad más todavía que de su pan/", 
escribió Marx en 1847. La bandera de la dignidad como llamamiento de 
alerta a los iguales y, al tiempo, como señal de inicio de la revuelta.

2. *La renta básica no es el nombre de un nuevo libro, sino una 
herramienta de lucha y alianza social. La renta básica es lucha de clases*

¡Cuántos libros sobre la Renta Básica y qué pocas luchas! La renta 
básica no puede seguir siendo un nicho editorial, ni una materia 
reservada a sociólogos y economistas y, aún mucho menos, la propiedad 
programática privada de ningún grupo, que vela por su incontaminación 
social y la mantiene cuidadosamente metida en formol hasta que llegue el 
día de la liberación.

Que reclamemos una renta básica universal no quiere decir, obviamente, 
que todo el mundo la necesite por igual ni vaya a pelear por ella con la 
misma intensidad. Del mismo modo que la reducción de la jornada laboral 
sólo se ha conseguido históricamente por el batallar de la clase obrera 
(de quienes sufren la extenuación de los tiempos de trabajo) o que las 
reformas agrarias han venido de la mano de los jornaleros sin tierra y 
de los pequeños campesinos, no se puede esperar el advenimiento de la 
renta básica por otra vía que no sea la movilización constante y 
consciente de aquellos a quienes se niega una existencia digna. Pobres, 
parados y precarios son los sujetos naturales de la Renta Básica. Por 
supuesto que no sólo ellos, por supuesto que también lo serán las miles 
de personas que, sin ser encontrarse en esa situación, quieren salir del 
círculo infernal del capitalismo o aspiran a ordenación social más 
humana, racional, sostenible.

Quizás la principal lección de la lucha en los Campamentos Dignidad 
consiste justamente en haber demostrado que la renta básica puede ser un 
instrumento de lucha y de alianza social, un puente que una a personas 
en el paro, en la precariedad o en la pobreza. Ese sujeto escurridizo de 
la transformación social que indagamos cuando mencionamos las palabras 
pueblo, precariado, proletariado, multitud, clase obrera o "los de 
abajo", está convenientemente desmigajado. "/El sistema capitalista 
incrementa la faena del sujeto, es un complejo sistema de cosificación y 
de-subjetivación/" (Miguel Mazzeo). El capital no sólo desvaloriza todas 
las figuras del trabajo, además levanta innumerables murallas de 
identidad y desconfianza entre las distintas fracciones del pueblo. El 
poder dedica sus principales esfuerzos a la creación y reproducción de 
las divisiones entre los dominados y, a tal fin, subordina el sentido de 
las más variadas instancias de relación social, desde la jerarquía de 
las categorías profesionales, los diplomas y titulaciones, a las 
prebendas clientelares, la clasificación de las tribus urbanas o la 
organización espacial de las ciudades. Los canis, los parados 
fraudulentos, los ni-nis, "las barriadas conflictivas", "los colectivos 
en riesgo de exclusión social", el sistema no para de supurar etiquetas 
y moldes de los más variados estilos que renueven el miedo al retorno de 
las clases peligrosas y que, por otro lado, garanticen la meticulosa 
segmentación del pueblo obrero.

Pero esa alianza de parados, precarios y pobres hay que construirla en 
la práctica social. En una praxis social reflexiva y creadora, como 
diría Adolfo Sánchez Vázquez. Unir a las gentes de las barriadas miseria 
y a la juventud precaria, "la mejor preparada de la historia" según 
rezaba la crónica aduladora de los últimos años; a los obreros en paro y 
a los nuevos "exiliados económicos" con titulación universitaria, a 
aquellos a quienes se exaltaba como a los leales cachorros que vendrían 
a renovar el sólido dominio de la clase media; a los que tienen que 
enganchar la luz o el agua para poder sobrevivir en las innumerables 
barriadas Malvinas o Kansas City de nuestras ciudades y a quienes sufren 
en sus carnes los desahucios de las hipotecas, la mentira del Dorado 
Inmobiliario. Ese es el auténtico terreno de experimentación y 
construcción del "sujeto revolucionario". En los Campamentos Dignidad 
han fructificado destellos "espontáneos" de esa alianza posible. Pero 
como decía el innombrable y silenciado Lenin, "/el elemento espontáneo 
no es sino la forma embrionaria de lo consciente/".

Para que la renta básica pueda cumplir esa función, la de ser uno de los 
aglutinantes del nuevo sujeto popular, es preciso un planteamiento 
flexible. Para unas personas servirá en tanto que renta de existencia o 
garantía de ingresos mínimos; otras gentes subrayarán más su utilidad 
como fondo transitorio de resistencia frente a un capital voraz que 
desposee cada vez más de derechos a los trabajadores; y otras personas 
verán en la renta básica un cimiento de emancipación individual o 
incluso la semilla de una alternativa austera al modelo de sociedad. 
Nuestra propuesta de renta básica ha de dar cabida tanto a visiones más 
"reformistas" como a otras más "revolucionarias". Y rehuir los tres 
sesgos que inutilizan o mellan la proposición como un instrumento de 
lucha: el asistencialismo, el laboralismo y las fantasías posmodernas.

En primer lugar, combatir el gato por liebre de las rentas mínimas, con 
su discurso-camelo de la exclusión social y los proyectos 
individualizados de inserción. Cada vez está más claro que la idea de 
exclusión social es un concepto de ocultación de clase. Como afirma Owen 
Jones, "/la exclusión social y "los socialmente excluidos" eran los 
sustitutivos de "pobreza" y "los pobres. La clase social es algo que 
viene dado. La exclusión es algo que me sucede y en lo que de alguna 
manera soy un agente/" (6). Las rentas mínimas como dispositivo de 
culpabilización, control y disciplina de pobres son todavía un lugar 
común aceptado acríticamente por la gran mayoría de los trabajadores 
sociales, del mundo sindical e incluso de gentes que se reclaman de la 
izquierda "anticapitalista".

El segundo sesgo que impide el vuelo de la RB es "el laboralismo". "Lo 
que tenemos que hacer es pedir empleo, no subsidio", te repiten hoy 
todavía muchas personas que confunden trabajo y empleo, dignidad y 
salario. El trabajo es consustancial al ser humano y fundamento de 
cualquier sociedad, pero el empleo o trabajo asalariado no es sino la 
cosificación y mercantilización del trabajo propia del capitalismo. 
Además, ya no es posible --ni deseable- un trabajo de cuarenta horas 
semanales para todo el mundo. No hay planeta ni obsolescencia programada 
que lo aguante.

Y, por último, hay que contrarrestar la visión posmoderna de la renta 
básica. Partiendo de la idea, en gran medida acertada, de que "/lo común 
se ha convertido en el locus de la plusvalía/" y de que "/la explotación 
es la apropiación privada de una parte o de la totalidad del valor 
producido en común/" (Negri), algunas teorizaciones de la RB han acabado 
soslayando la centralidad que ocupa el trabajo asalariado en el 
capitalismo. Pero "/el trabajo asalariado no sólo produce mercancías; se 
produce también a sí mismo y al obrero como mercancía/" (Marx). Un 
trabajador, en el capitalismo, es una mercancía a la busca de un 
comprador. Currar no es optativo en esta sociedad, salvo que tengas 
familia con posibles o conexiones que lo permitan. Y, por tanto, la 
condición del paro forzoso es la principal palanca desde donde puede y 
debe construirse la reivindicación de la renta básica y la alianza que 
la haga posible.

En ese equilibrio entre los "sujetos potenciales" de la RB es dónde 
prendió la Iniciativa Legislativa Popular de Extremadura, partiendo de 
una definición de la renta básica con tres características de principio, 
universal, individual e incondicionada, pero proponiendo su implantación 
por fases. Y eso suponía comenzar por las personas en paro, y más 
concretamente por los parados sin ninguna cobertura.

3. *Transformar las oficinas de empleo en un espacio de conflicto social 
y político. Unir desde abajo y combatir el corporativismo*

"/Una mirada desde la alcantarilla/puede ser una visión del mundo/

/la rebelión consiste en mirar una rosa/hasta pulverizarse los ojos/"

(Alejandra Pizarnik)

Una oficina de empleo es un lugar siniestro del que uno huye lo más 
rápidamente que puede. En los meses de campamento hemos vivido allí 
varios casos de desmayo. Es como si lo real pudiera esquivarse en otro 
sitio, pero no en la oficina del INEM. Allí se juntan los torbellinos 
del trauma y el absurdo de la máquina burocrática: /¿A mi edad, volveré 
a encontrar trabajo alguna vez? ¿Si no me conceden el subsidio, cómo 
pago la pensión de alimentos? ¿Hasta cuándo me tocará vivir en casa de 
mis padres?/ La angustia, el afecto que no engaña, el afecto certero del 
que hablara Lacan, es inocultable allí. La realidad, que se había 
conseguido sortear, retorna con cara de cerco: fracaso, incertidumbre, 
ausencia de futuro.

Sin embargo, a pesar de ser uno de los espacios donde más se adensa el 
dolor, está vaciado de conflictividad social y política. Sí, el 
vigilante de seguridad está allí, pero no porque se prevea motín alguno, 
sino más bien por si se produce alguna explosión individual de ira, por 
si a alguien "se le va la pinza". En este sitio, la noción del nosotros 
está totalmente ausente. Domina la rutina de la impotencia, la idea del 
fracaso individual, el autoengaño generalizado de que se trata de una 
situación transitoria. Y ahí es donde aparece el desafío insensato de 
los Campamentos Dignidad, el corte de mangas a la vejación hecha 
costumbre; aparece la política en su sentido genuino. "/La actividad 
política es la que desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado 
o cambia el destino de un lugar/", afirma Jacques Ranciere. Donde antes 
sólo había miradas fugitivas comienza la creación de una colectividad. 
"/La política es asunto de sujetos, o más bien de modos de 
subjetivación/". Un sujeto no es sólo aquel grupo social que toma 
conciencia de sí mismo o se da una voz, sino el que es capaz de poner 
patas arriba las identificaciones dominantes, el que da un nuevo 
significado a los lugares de la resignación.

"Politizar" la oficina de empleo, unir desde abajo, transformar a los 
parados en un sujeto social, ese ha sido el gran logro de los 
Campamentos Dignidad. El 15M volvió a convertir las plazas en ágoras, en 
asambleas ciudadanas. Y los campamentos han trocado la plaza de 
contratación en asamblea obrera, trasladando la lucha de clases al 
espacio urbano. "/Muchos de los nuevos movimientos tienen el foco en la 
ciudad, ya no en el lugar de trabajo. Esto desplaza algunas ideas de la 
izquierda sobre cuál es la estrategia viable para la lucha 
anticapitalista, lo urbano está reemergiendo como una cuestión y un 
lugar para que esa lucha ocurra/" (David Harvey). Desde la oficina de 
empleo, las personas paradas y precarias organizan el movimiento, el 
litigio por la renta básica, contra los desahucios, por la garantía 
alimentaria para todas las familias o contra los cortes de agua, por los 
derechos sociales en definitiva.

Y desde allí, desde aquella singularidad en lucha, se arma el plural. 
"/Está visto que un pueblo sólo empieza a ser pueblo cuando/cada 
singular necesita perentoriamente su plural/", escribió Benedetti. 
Jóvenes y viejos, payos y gitanos, de las barriadas "marginales" y del 
centro, de la construcción y de la enseñanza, una unión que atraviesa 
las generaciones, los barrios y los gremios, que consigue unir a parados 
y precarios de toda condición. Y a partir de ahí a otras muchas gentes, 
trabajadores con empleo fijo, estudiantes, autónomos, pensionistas... Un 
pueblo donde caben y proliferan muchos pueblos. Lo singular siendo capaz 
de representar lo universal, los de abajo interpretando los intereses 
populares en su conjunto.

El corporativismo y la meritocracia son los auténticos mandamientos 
ideológicos de la clase media. Están tan naturalizados que, sin apenas 
encontrar resistencias, incluso empapan muchas de las luchas sindicales 
y contra los recortes. La meritocracia "/acaba convirtiéndose en una 
sanción oficial de las desigualdades existentes, redefiniéndolas como 
merecidas/". Y, como recordaba Bourdieu, "/en el seno de las sociedades 
más ricas, el dualismo reposa en la distribución desigual del capital 
cultural/, /generando un verdadero "racismo de la inteligencia". Los 
pobres "ya no son oscuros, haraganes, sino imbéciles, incultos..."./ Es 
ese pesado fardo del corporativismo y de la meritocracia lo que señala 
el límite de la movilización por parte de las diversas mareas en defensa 
de los servicios públicos que, a pesar de haber sido conducidas con 
coherencia e inteligencia, son percibidas por una gran parte de la 
población como demandas particulares, que exhiben reivindicaciones 
generales de modo oportunista, sólo cuándo se ven afectados sus 
intereses propios.

La mayoría debe construirse desde abajo, confrontándose con los valores 
del corporativismo y la meritocracia. De lo contrario, la partida está 
perdida de antemano. Los cascarotes de clase media que aspiran a 
salvarse del naufragio se aferran a lo que hasta ayer eran fiables 
asideros, mecanismos solventes de cooptación y participación en el 
bloque dominante.

"/Un movimiento, grande o pequeño, es algo que interrumpe el curso común 
de las cosas, y es algo que propone que vayamos hacia la igualdad. No 
podemos llamar movimiento a aquello que es una simple defensa egoísta de 
un interés. Para que haya movimiento tiene que haber una idea que nuclee 
a todos. Y esta idea, forzosamente, es algo que va hacia la igualdad/" (7).

En la reivindicación de pequeñas reformas, en apariencia de corto 
alcance, pueden aparecer con fuerza los objetivos que apuntan a la 
condición humana más universal. En la reclamación de la dación en pago 
emerge el derecho de cualquier persona a la vivienda y también el 
"derecho a una segunda oportunidad". En la demanda de la renta básica 
asoma el derecho a la existencia y a participar de la riqueza colectiva. 
Nada hay más universal que los nadie. A pesar de su aspecto 
estrafalario, pocos personajes de la literatura o del cine nos resultan 
más cercanos y universales que el vagabundo Charlot y sus cuitas con los 
orfelinatos, las instituciones de caridad o la policía. Porque 
cualquiera intuye que la línea que separa a un trabajador de un 
indigente es, en muchas ocasiones, delgadísima, apenas un salario o un 
subsidio de desempleo. Los despojados de vivienda, trabajo o protección 
social, los que sufren las restricciones en el acceso a la educación o 
la sanidad, representan a la humanidad genérica, encarnan demandas 
comunes a toda la población.

El revolucionario Auguste Blanqui, juzgado en 1832, requerido por el 
presidente del tribunal para que indicara su profesión, respondió 
simplemente: "/proletario/". "/Esa no es una profesión/", objetó de 
inmediato, al parecer, el juez. "/Es la profesión de treinta millones de 
franceses que viven de su trabajo y que están privados de derechos 
políticos/", respondió Blanqui. El proletariado, dice Ranciere, "/antes 
de la distorsión que expone su nombre, no tiene ninguna existencia como 
parte real de la sociedad/". Es la clase de los invisibles, los 
incontados, los nadie encarnando la esperanza de otro mundo. Los nada de 
hoy todo han de ser.

4. *Es el tiempo de los movimientos. Construir contrapoder, construir un 
movimiento por los derechos sociales*

Los Campamentos Dignidad han conformado un movimiento por los derechos 
sociales, más allá de lo que habían supuesto las asambleas de parados o 
las Oficinas de Derechos Sociales (ODS). Aprenden también en esos 
antecedentes, se nutren de su experiencia, pero suponen un salto. Para 
empezar, nada de esperar en las sedes, sino ir y, sobre todo, estar 
dónde están los iguales.

Un movimiento, por decirlo con Miguel Benasayag, es "/una singularidad 
que habla a todos/" (8). "/Cuando las expectativas de un grupo 
minoritario aparecen como el fruto de una pura privación, tal grupo no 
puede constituirse como minoría, no es una singularidad/". No sólo 
sufrimos la injusticia del paro o de la precariedad, además somos 
portadores de una promesa extensible al conjunto de la población, 
"hacemos mundo". "/Los "sin", lejos de definir una simple privación, nos 
plantean un desafío muy concreto, el de asumir la problemática de la 
época/". Las personas paradas, precarias, pobres, señalan los límites y 
las contiendas del tiempo convulso en el que hemos entrado. Como antes 
otros sujetos -el proletariado, el feminismo o los pueblos colonizados- 
son portadores de un mundo y su lucha inaugura nuevos campos de 
posibilidades.

Las asambleas de parados sólo señalaban una privación, eran más 
vulnerables a las cooptaciones y coacciones del poder y, por otro lado, 
tendían a no cuestionar la idea de empleabilidad. En cuanto a las 
Oficinas de Derechos Sociales se situaban en la solidaridad externa. En 
un caso, sólo privación; en el otro, apoyo militante "desde fuera". Los 
Campamentos Dignidad consiguen integrar y trascender ambos formatos de 
organización, transformando intereses que aparecían como meramente 
corporativos en motivos solidarios. La mutación se produce, sobre todo, 
a partir de una nueva relación entre parados y militantes. O, quizás 
cabría decir mejor, entre parados militantes y parados no militantes. 
Como en la PAH, los "afectados" son el constituyente principal, pero sin 
embargo tanto su composición como su estrategia van mucho más allá de la 
defensa gremial. La PAH apunta a la estafa financiera como origen de los 
dramas de la vivienda, los Campamentos Dignidad señalan a la 
planificación de la precariedad y de la miseria por parte del poder.

Se produce una simbiosis entre experiencia de vida y conocimiento del 
paño político-económico, una combinación de saberes situacionales y 
saberes ideológicos, una mezcla de culturas de lucha. A veces, como es 
lógico, se producen oscilaciones y roces, pero en todo momento se vela 
por mantener el equilibrio, la contaminación mutua, la permeabilidad de 
los bagajes y subjetividades que allí conviven. Ni guetos militantes ni 
onegeísmo. Por un lado hay que bregar con una concepción ampliamente 
mayoritaria en la izquierda política, sindical e incluso en los 
movimientos: una militancia de clase media, con debates, preocupaciones 
e inercias de clase media, enrocada en lenguajes de jerga y acostumbrada 
a examinar de coherencia ideológica a cualquier viandante, "/compañeros 
cebados de consignas, si tan ricos de propaganda, de canción tan 
pobres/". Pero por otro lado, hay que batallar contra el 
sustitucionismo: no luchamos por, sino con los demás parados, pobres y 
precarios, repetimos constantemente. Ni radicalidad de vidriera ni 
engolamiento en el testimonio.

"/Pensar la oposición al capitalismo simplemente en términos de 
militancia manifiesta es ver sólo el humo que se eleva desde el 
volcán/", dice John Holloway. Hay mucha lucha invisible, muchas 
resistencias sordas en la vida cotidiana, muchos pequeños conatos de 
confrontación con el poder. En el movimiento se está muy atento a esas 
rebeldías capilares y cuaja con naturalidad la síntesis de experiencias 
diversas; la frecuencia de las asambleas y la creación de instancias 
comunitarias acelera la articulación de intereses y sensibilidades 
distintas. También aquí, el modelo de "militante aparato", que siempre 
"piensa en otro sitio" y tiene "línea para todo" declina por su propio 
peso y, en su lugar, se afirma un nuevo activismo, más situacional, en 
el que tienen mayor relevancia los lazos afectivos y cotidianos, y con 
menos expectativas en las vías representativas de los cambios políticos 
y sociales.

Pero además, otra fusión explica la fructificación de los Campamentos 
Dignidad. Manuel Rodríguez, compañero de Plasencia, los define como un 
movimiento social obrero. Esa síntesis, frente a la canónica línea 
divisoria entre movimiento obrero y nuevos movimientos sociales, está en 
la raíz del logro. Se trata de un movimiento que bebe de otros 
movimientos y que muestra una palmaria versatilidad. No es un sindicato, 
pero asume la defensa de los trabajadores parados y precarios en 
primerísimo término. No es un movimiento okupa, pero incorpora con 
naturalidad la ocupación de viviendas y locales como una herramienta más 
de lucha. No es una ONG pero afronta las necesidades de alimentación en 
los barrios, no sólo como reivindicación política, sino además como 
cometido inaplazable. No es un AMPA, pero da la batalla por la gratuidad 
efectiva de la enseñanza. No es una formación política, pero asume una 
clara orientación anticapitalista. Incorpora el aprendizaje de las 
luchas veteranas y de las más recientes y consigue tanto la mestura 
generacional como la de culturas militantes con matrices ideológicas 
distintas.

Parece que no sólo en América Latina "/los oprimidos han optado por otro 
tipo de cultura organizativa, por recuperar y darle un rol protagónico a 
modos de hacer desplazados por la centralidad de los sindicatos/" o de 
los partidos. También entre nosotros hay una nueva generación de luchas 
(15M, 25S, PAH) encabezadas por los movimientos sociales y se afianzan 
"/otros modos plebeyos de hacer/". Y las características que Zibechi 
apunta para los movimientos latinoamericanos son, en gran medida, 
comunes a los que están surgiendo en nuestros territorios y, en el caso 
que nos ocupa, a los Campamentos Dignidad: acción directa, arraigo 
territorial, énfasis en la autonomía, destacado papel de las mujeres y 
las familias, capacidad de formar a sus propios dirigentes... Pero los 
movimientos no son autosuficientes. Y es preciso que inscriban sus 
luchas en una perspectiva más general, que constituyan entre sí una red 
más amplia de contrapoder, un movimiento de resistencia y desobediencia 
global que pueda enfrentarse a la estrategia articulada del capital y a 
la convergencia de crisis (económica, ecológica y, en el caso español, 
del régimen del 78).

5. *Fundir revuelta y comunidad, escrache y corrala. La acción une más 
que los discursos. Andar caminos y rehusar atajos*

Si los Campamentos Dignidad se han enraizado como una herramienta útil y 
perdurable es por su capacidad para fundir revuelta y comunidad, 
desobediencia y hegemonía, escrache y corrala. Se trata de un movimiento 
que se sostiene al mismo tiempo sobre esas dos patas, la revuelta y la 
comunidad. Por un lado, mantiene la confrontación directa con los 
poderes políticos y económicos, las acciones de calle (ocupaciones del 
INEM, señalamientos de responsables políticos, marchas, expropiaciones 
de alimentos); por otro, busca la construcción de comunidad (corralas de 
vivienda, comedor social, red de intercambio de libros de texto o de 
ropa...).

De la capacidad para intervenir, de modo simultáneo, en los dos 
tableros, de sustentar ese equilibrio, depende la fortaleza y el futuro 
del movimiento. Si sólo hay acciones de "revuelta", se corre el riesgo 
de caer en la rutina de la manifestación-procesión o en el fetichismo de 
lo espectacular, previsibles y amortizables por el poder. Si, por el 
contrario, sólo hay afán de construir comunidad, se acaba imponiendo la 
inercia de las islas impotentes, de los reductos militantes o de la ONG. 
Han de funcionar ambos planos de manera articulada, la guerra de 
movimientos y la guerra de posiciones, la vanguardia y la retaguardia, 
la épica y la vida cotidiana. La organización de desayunos en los 
colegios como medio para exigir la apertura de los comedores escolares 
en verano o el inicio de la limpieza en las viviendas inacabadas de la 
barriada del Prado en Mérida como forma de exigir su terminación, son 
dos ejemplos de la ductilidad del movimiento, de su perspicacia para 
desbordar desde dentro los límites prefijados de lo posible. Revuelta y 
comunidad van y han de ir de la mano.

Desde que nació el movimiento, son muchas las pequeñas victorias que se 
han alcanzado. Además de las mejoras relacionadas con la renta básica, 
en el haber de los campamentos figuran, entre otras sencillas 
conquistas, la paralización de los desahucios y la moratoria de los 
alquileres en el parque de viviendas sociales, la organización de la PAH 
en varias ciudades y la paralización de desahucios de hipotecas, el 
compromiso de una tarifa social del agua en Mérida, la apertura de los 
comedores escolares en verano o la organización de una red de libros y 
material escolar. Pero la importancia del Sí se puede no reside 
exclusivamente en qué se consigue, además es fundamental el cómo se ha 
alcanzado. Esa es la trascendencia del proceso, del empoderamiento 
popular, de la pedagogía de la participación directa. "/Nadie libera a 
nadie. Nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión/" (Paulo 
Freire).

Y junto al relieve del proceso, los campamentos parten de la 
constatación de que, en las circunstancias actuales, une más la acción 
transparente que los discursos. "/La PAH, con un alto grado de conflicto 
con el poder y también una elevada capacidad de resolver la situación 
urgente de miles de ciudadanos/" (Madrilonia), suscita más unidad que la 
sopa de siglas más completa. Paradójicamente, un escrache, una 
expropiación de alimentos o la acampada ante la oficina de empleo, 
acciones "minoritarias" que en otro tiempo serían percibidas como 
aventurerismo o "radicalismo", generan más apoyo que las movilizaciones 
en las que todo está debidamente legalizado y milimetrado. Las formas de 
lucha "que van en serio", que comportan el riesgo de que la máquina 
burocrático-represiva caiga sobre los convocantes o participantes, 
produce más adhesión que aquellos otros enunciados inflados de retórica 
aparentemente muy revolucionaria pero ayunos del más elemental 
compromiso. Si no se pone el cuerpo, los discursos se desvanecen. Si no 
hablan los hechos, los alegatos decaen. La desobediencia, lejos de ser 
una pose o una invocación a rebeldías futuras, se convierte en un 
componente ordinario del movimiento. Los Campamentos nacieron 
desobedientes, haciendo candela en la calle, cocinando en la calle, 
durmiendo en la calle. Y ahí continuamos, gastando "/nuestro poco de 
albedrío/" en incorporar la desobediencia a la vida cotidiana.

Por último, la experiencia de los campamentos (como antes la de la PAH o 
el SAT) viene a demostrar que es posible crear las condiciones 
subjetivas de lucha, y que para ello no es imprescindible partir de un 
grupo muy numeroso. "/Las condiciones objetivas están hasta las narices 
de nosotros"/ y el foco puede crear las condiciones subjetivas. Se puede 
y se debe organizar el Sí se puede. Aunque parezca contradictorio, 
Gandhi y el Ché Guevara son los dos iconos que aparecen con más 
asiduidad en las conversaciones de los activistas. Esto revela la 
familiaridad del movimiento con distintas y aparentemente antagónicas 
formas de lucha, y al mismo tiempo su inteligencia táctica. Más allá de 
las diferencias ideológicas o estratégicas que representan Gandhi y el 
Ché, atraen de ellos la sinceridad, el tesón así como la significación y 
capacidad de irradiación del ejemplo y del foco. El foco es una fuerza 
móvil estratégica, compuesta inicialmente por un pequeño grupo de 
guerrilleros que cumple la función de agente catalizador, que 
"/cristaliza las condiciones subjetivas al suscitar la conciencia 
revolucionaria y el entusiasmo combativo. La guerrilla se vuelve popular 
y el pueblo revolucionario"/ (Michael Lowy). Seguro que muchos 
activistas renegarían de emparentar las luchas de algunos de los 
movimientos sociales más arraigados en este momento con el guevarismo o 
con las prácticas de Gandhi. Pero si reparamos en aspectos tales como la 
adecuación y elasticidad del foco urbano a la guerra asimétrica de 
nuestro tiempo, la operatividad del piquete ciudadano (escrache) que 
prolonga la eficacia y contundencia del piquete obrero de huelga, la 
simbiosis entre movimiento y pueblo, la estrategia de desborde... 
encontraremos que, tras la hojarasca de la apariencia, quizás las 
afinidades sean mayores de lo esperado.

Volvamos al principio, detengamos los extravíos de la reflexión 
vanguardista. Estamos más acostumbrados a pensar en términos de 
vanguardia que de hegemonía, nos parece más atractiva la épica que la 
transformación de la vida cotidiana. Pero dijimos que se trataba de 
intentar casar ambas almas. Compartimos la orientación de Miras y 
Tafalla: "/El centro de la política debe ser constituir un movimiento de 
masas que trate de organizarse como poder capilar en la vida cotidiana. 
No reducimos la política a la actividad estatal, porque nos negamos a 
aceptar la arbitraria separación entre estado y sociedad civil. Estado 
es todo instrumento que crea un orden social y cultural y estado es por 
tanto la actividad producida por ese instrumental, esto es, la cultura 
material de vida organizada/" (9). La hegemonía es mucho más que una 
mayoría político-electoral, es "el cemento íntimo" que organiza la vida 
cotidiana y, en nuestros días, el modo capitalista de entender la 
existencia convertido en sentido común de la gente. La hegemonía afecta 
a la totalidad de la vida y "/debe ser continuamente renovada, recreada, 
defendida y modificada/".

Si no organizamos vida cotidiana, si no nos injerimos en el sentido 
común dominante, si despreciamos las pequeñas acciones que parecen 
totalmente insignificantes, volverán a deslumbrarnos los falsos atajos. 
Y aquí se trata de caminos, no de atajos; de caminos trazados "/a lomos 
de mula vieja/".



*La lucha continúa: Poner en pie la ILP estatal por la renta básica y 
organizar las Marchas de la Dignidad a Madrid*

Han pasado cuatro meses desde que se desmontaran las tiendas y, sin 
embargo, en este tiempo, los Campamentos Dignidad han arraigado como 
movimiento por los derechos sociales.

La oficina de empleo sigue siendo el foco de organización e irradiación 
del movimiento. Allí continúan instaladas las mesas informativas y allí 
se celebran las asambleas de los Campamentos Dignidad. Desde ese eje, el 
movimiento no para de generar y sondear posibilidades de lucha. La 
exigencia de terminación de 210 viviendas con el procedimiento de 
autoconstrucción en la barriada del Prado en Mérida y la posterior 
ocupación de una decena de ellas por parte de un grupo de familias 
jóvenes, la creación del CSOA Dignidad en Almendralejo, la instalación 
de puntos de información sobre la renta básica, el emplazamiento 
permanente en la oficina de Fomento para acompañar a personas con 
problemas de vivienda, el repudio al despilfarro de los Premios Ceres o 
el inicio de una movilización por la creación de 25.000 puestos de 
trabajo con una primera marcha desde Fuente de Cantos a Mérida, son 
algunas muestras de ese dinamismo.

Los Campamentos Dignidad continúan adentrándose en la espesura de pobres 
y precarios, trabajando en las consecuencias de lo nuevo, extendiendo el 
empuje de lucha a otras localidades y sectores de la población. Pero 
"/un acontecimiento es la perturbación del orden del mundo"/ aunque, 
como en este caso, se trate del pequeño mundo de Extremadura. Y, como 
nos recuerda Alain Badiou, frente a la irrupción del acontecimiento se 
expresan y organizan tres tipos de sujetos: el fiel, el reactivo y el 
oscuro. El sujeto fiel es el que se incorpora a ese imprevisto 
aldabonazo y prolonga sus frutos. El sujeto reactivo es el que intenta 
que todo siga igual, hacer como si nada hubiera tenido lugar, negar la 
efectividad del acontecimiento, aislar localmente sus resultados. "/Es 
el presente de la disimulación del presente/", dice Badiou. Después, 
está el sujeto hostil, el que "/considera al nuevo cuerpo como una 
irrupción extranjera, nociva, que debe ser destruida. En este odio de lo 
nuevo se reconoce el oscurantismo/". Desde los poderes y podercitos que 
se han alarmado por la acometida del nuevo movimiento social se van 
inventando y combinando las artimañas de la indiferencia con las de la 
declarada animosidad. Los regateos en el reglamento de la Renta Básica 
van acompañados de una sistemática potenciación de las ONGs y del 
"tercer sector", intentando abrir una nueva vía de confrontación con los 
campamentos. Los aparatos de poder han pasado de la estupefacción a 
engrasar todos los mecanismos de la hegemonía incluidos los de las 
multas y el hostigamiento policial. Y sobre el movimiento, desde los 
palcos más variados, llueven las etiquetas para intentar agarrotarlo: 
defensores del lumpen, keynesianos, revolucionarios trasnochados...

Pero no hay tiempo para la endogamia ni para el solipsismo. El régimen 
del 78 cruje, sí, pero nosotros crujimos mucho más. La corrupción y la 
crisis de legitimidad política parece que van a desbordar los sumideros 
de contención, pero la minuciosa organización de la precariedad y la 
miseria continúa implacable, a plena luz del día. Una mañana anuncian 
que nos robarán 33.000 millones de euros en las pensiones y a la 
siguiente que implantan el copago en los medicamentos contra el cáncer. 
"El país está al borde del estallido", repetimos, agarrotados también 
nosotros por el atentismo, esperando frente a la pantalla el desenlace 
de tanto crimen contra el pueblo. Pero el mecanismo de la justa ira no 
se activa, la pólvora de la rebeldía parece mojada.

El poder inocula impotencia a cada rato. Impotencia y división de clase. 
Sin ir más lejos, los últimos y escandalosos desahucios de la Empresa 
Municipal de la Vivienda en Madrid. Si se atreven a desahuciar a Isabel 
por 1000 euros de deuda, justo una semana después del suicidio de 
Amparo, otra mujer amenazada del desahucio de su casa, que debía la 
friolera de ¡900 euros! es porque saben que están metiendo la cuña que 
duele, la que separa a unos pobres de otros; como le gusta decir a 
Monago: "/una cosa son los desahuciados de hipoteca y otra los 
aprovechados de las viviendas sociales/". El fascismo social es 
planificación de la precariedad, totalitarismo financiero y apartheid 
social (Boaventura de Sousa). Pero ese nuevo fascismo no es una 
entelequia teórica, necesita encarnarse en política concreta. El 
registro de los morosos o la regulación del desahucio exprés para la 
vivienda de alquiler, que fueron aprobados sin apenas oposición, casi de 
tapadillo, o la insistencia en el fraude del desempleo, son algunas 
muestras de esa organización del rencor social entre y contra los de 
abajo. El capital sí tiene estrategia de clase y sabe que la libertad 
otra vez anda buscando amo, que otra vez el rencor de los que presumían 
no ser "ni chicha ni limoná" husmea, como una hiena traicionera, a la 
propia clase.

El interés que ha suscitado el reciente debate abierto entre Pablo 
Iglesias y el Nega es un síntoma más tanto de la descomposición de la 
clase media ("/el desvanecimiento del mito de la clase media como clase 
universal/" que dice John Brown) como de la necesidad que tenemos de una 
estrategia de clase. Pero los sujetos no se decretan, se construyen. Los 
estallidos no se esperan, se organizan. Y, tanto los unos como los 
otros, se engendran en la lucha social y en la vida cotidiana.

A nivel estatal se han puesto en marcha dos iniciativas en las que los 
Campamentos Dignidad están comprometidos a fondo. Se trata del 
Movimiento contra el paro y la precariedad que aboga por una ILP por la 
Renta Básica y de las Marchas de la Dignidad que llegarán a Madrid el 22 
de marzo de 2014. Pongámonos manos a la obra, a unir desde lo concreto, 
a construir un movimiento por los derechos sociales, a poner en pie 
desde abajo una alianza de todas las astillas de nuestra clase, a 
organizar estallido social y comunidad.

Luchando, claro que se puede.

*Las notas corresponden a los siguientes libros*:

 1.

    Carlos Castilla del Pino: Aflorismos

 2.

    Raúl Zibechi: Política y miseria.

 3.

    Vicente Aleixandre: Antología

 4.

    Francesco Alberoni. Movimiento e instituciones

 5.

    Alain Badiou: Segundo manifiesto por la filosofía

 6.

    Owen Jones: Chavs. La demonización de la clase obrera

 7.

    Alain Badiou: Movimiento social y representación política

 8.

    Miguel Benasayag: Elogio del conflicto

 9.

    Joan Tafalla y Joaquín Miras: La izquierda, otra vez como problem

-- 
"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan.
La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas"

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