[Educaciolliure] Sobre la educacion

Doa _ grillestrellat en gmail.com
Mie Oct 10 16:21:12 CEST 2007


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From: anna magrans recasens <annna311 en msn.com>
Date: 09/10/2007 18:28
Subject: sobre la educacion

«La crisis educativa podría tener una solución mediante la autonomía de los
centros escolares». «La verdadera educación nunca ha de ser dogmática, sino
totalmente libre y abierta a todas las ideologías». «Rudolf Steiner hablaba
de la importancia de educar lo anímico en los jóvenes, es decir, el aspecto
emocional y mental, y no sólo lo físico y lo puramente racional»


1. AUTONOMÍA ESCOLAR Y ESCUELAS LIBRES

La descentralización en materia educativa que se ha estado llevando a cabo
recientemente en nuestro país, ha abierto un nuevo camino en el campo
educativo que es preciso recorrer hasta su final. Podríamos decir que, así
como ha habido una descentralización del Estado hacia las Autonomías, debe
haber otra descentralización (la más importante y definitiva) de las
Autonomías a los Centros Escolares, dando lugar a la autonomía escolar y las

escuelas libres.

De no ser así, los centros pasarían de un centralismo estatal a un
centralismo autonómico, siendo el resultado el mismo que antes, o incluso
peor, pues podrían surgir nuevos «reyezuelos» o «caciques» que dirigen la
educación de una forma caprichosa e irresponsable. Recientemente los
directores de Instituto madrileños denunciaron «el alejamiento de la
Consejería de Educación de la realidad de sus centros educativos, el
desconocimiento de cómo trabajan los equipos directivos, el menosprecio del
trabajo de los departamentos de orientación, etc.» Igualmente podríamos
señalar, a este respecto, la falta de igualdad de oportunidades (que
defiende la Constitución) de las oposiciones a los cuerpos de profesores de
primaria y secundaria en algunas autonomías, tema en el que deberían
intervenir las más altas autoridades académicas y jurídicas del Estado.

El estado centralizado pertenece a las estructuras políticas autoritarias
del pasado que se están desmoronando en casi todo el mundo. La etapa en que
los políticos dirigen y controlan toda la educación tiene que llegar a su
fin. Es una exigencia y una necesidad de las sociedades libres y
responsables. La actual crisis educativa podría tener una solución mediante
la autonomía de los centros escolares, lo que hasta ahora sólo ha sido un
eufemismo en las diversas leyes de educación, pues hay que tener en cuenta
que la verdadera autonomía escolar no podrá venir nunca de arriba, sino que
ha de llegar como consecuencia de una toma de conciencia y de
responsabilidad de los educadores, de los padres y de los alumnos, los tres
principales sectores del sistema educativo.

La autonomía de los centros será útil y efectiva si estos tres sectores
asumen tanto la libertad como la responsabilidad que le corresponde a cada
uno en particular y a todos en conjunto. La característica esencial de las
escuelas modernas pioneras en la educación es ser libres y responsables (y
por supuesto, competentes profesionalmente). Sin libertad no hay avance, no
hay evolución, y no se puede asumir la responsabilidad, así como sin
responsabilidad la libertad está vaciada de contenido.

Estos son, pues, los conceptos claves para una autonomía escolar, como para
todo proceso de madurez: libertad y responsabilidad. Cuando los educadores,
los padres y los alumnos (y primero y principalmente aquellos dos, por
razones obvias) tomen conciencia de este hecho, habrá llegado el momento de
asumir la autonomía escolar, y con ello un verdadero cambio en la educación.

Todo abandono y dejadez, toda falta de colaboración entre esos dos sectores
impedirá cualquier intento de solución a la crisis educativa, pues la
alianza entre padres y educadores es imprescindible y ha de jugar un papel
decisivo.

Por su parte los políticos actuales (a los que no deberíamos exigir lo que
nosotros no poseemos, ya que son la expresión de nuestras conciencias en las
sociedades democráticas) es probable que sigan intentando controlar la
educación en los niveles de primaria y secundaria porque saben que ello
asegura, posteriormente, un control sobre los ciudadanos. Lo cual no debe
impedir que se les exija su grave responsabilidad y su colaboración
(enormemente valiosa si es positiva) para acelerar todo ese proceso hacia la
autonomía escolar.

El ambiente escolar que hoy se respira en la mayoría de los centros denota
un malestar que es preciso saber atacar, mediante la comprensión de estos
hechos. Hay que comprender, ante todo, que la solución a ese malestar nunca
podrá venir de fuera ni de arriba, sino de ellos mismos. A mi juicio, son
los educadores y los padres los que más deberían reflexionar, pues -aunque
parezca paradójico e incluso demagógico- los alumnos están suficientemente
concienciados de que «eso no funciona, hay que cambiarlo», pero ellos son el
último eslabón de esos tres sectores básicos y, por tanto, los que tienen
menor poder de decisión.

De ello se desprende que los actuales profesores, aun comprendiendo su
anómala e injusta situación actual, tienen que asumir que son ellos los
profesionales de la educación y, por tanto, tienen una grave responsabilidad

en el proceso educativo. Por su parte, los padres deberían implicarse más en
la educación de sus hijos y reflexionar sobre la pasividad que caracteriza a
una parte de ellos y la grave repercusión sobre sus hijos.

Toda la sociedad ha de comprender que esos tres sectores educativos deben
ser los principales responsables de los centros escolares y decidir, dentro
de un plan, lo que mejor les conviene dada su peculiaridad y su
idiosincrasia, lo mismo que los concejales de cada Ayuntamiento poseen la
autonomía para decidir sobre la política de su municipio, y lo mismo que la
universidad tiene su propia autonomía ¿En qué ha de ser diferente, a este
respecto, un ayuntamiento cualquiera de un centro escolar?, o ¿es que los
profesores de primaria y secundaria son menos responsables que los
universitarios?

Paralelo a la autonomía de los centros debería ir la creación de escuelas
libres y las cooperativas escolares, con ayudas económicas de la
administración. Unas y otras no deberían ser escuelas ideológicas, pues la
verdadera educación nunca ha de ser dogmática, sino totalmente libre y
abierta a todas las ideologías. Las Organizaciones Europeas de la Educación
Independiente no gubernamental han firmado una «Declaración en defensa de
una educación plural, libre y democrática», y en la que hacen «una reflexión

sobre la necesidad de planteamientos nuevos, equilibrados y creativos en una
sociedad cada vez más globalizada, si se quiere lograr una verdadera
educación integral». La escuela (como la universidad, los ayuntamientos, la
ciencia, etc.,) si no es libre, no podrá cumplir su función.

En el Informe Europeo sobre la Calidad de la Educación Escolar (mayo de
2000), uno de los retos es el de la descentralización, donde se aborda la
necesidad de otorgar cada vez más autonomía y responsabilidad a la escuela.
El educador y pedagogo sueco, F. Carlgren, dice a este respecto: «Los
representantes de la vida política y económica deberían aprender a no
inmiscuirse en este delicado proceso de trascendental importancia mediante
métodos y programas de enseñanza inadecuados… deberían concentrarse en el
deber que les incumbe en realidad, es decir, proporcionar la libertad y las
condiciones económicas que se precisan para la realización de estas
iniciativas independientes». Aquí se prueban los verdaderos estadistas.


2. LOS JÓVENES Y LA EDUCACIÓN

Los graves problemas que son habituales en muchos jóvenes, hoy día, como el
alcohol, las drogas, la violencia, la conducción irresponsable, etc., están
creando situaciones verdaderamente dramáticas en muchas familias con
repercusión en toda la sociedad. Hasta el momento parece que no se ha
encontrado la solución adecuada, pues mientras unos los achacan ingenuamente
a la edad, otros intentan corregirlos mediante leyes, decretos y normas
externas, y los hay que reconocen no saber qué hacer al respecto.

En mi opinión, toda esta situación muestra la grave desorientación que sufre
nuestra sociedad en materia educativa. La educación convencional imperante
en la actualidad es incompleta y bastante trasnochada, no sirve para
orientar al niño y al joven por los derroteros trazados por el mundo del
tercer milenio. Grandes sectores de la humanidad están demandando a gritos
un cambio en las estructuras dominantes, tanto en el campo político y
económico como en el cultural y educativo. En este último deberían saber los
que gobiernan que es necesario un cambio en profundidad que afecta a toda la
sociedad, comenzando por los padres en relación a sus hijos y continuando
con los educadores y los medios de comunicación social, en especial la
televisión y el cine.

La pauta a seguir la dan los grandes pedagogos y educadores. Así el sueco
Frans Carlgren, hablando de los problemas de la pubertad, dice: «Todo relato

de las causas de la corrupción criminal y otras graves depravaciones
sociales suele ser una historia del descuido de predisposiciones elementales
que no han recibido una dedicación suficiente; por regla general se trata de

falta de contacto anímico con el entorno más próximo durante la más tierna
infancia».

Viene a decir F. Carlgren que la falta de una educación adecuada en la
familia, ya en los primeros años, es la causa de la mayoría de los graves
desvaríos y de la irresponsabilidad que padecen tantos jóvenes. Y bien es
sabido que, si no se conocen las verdaderas causas de un problema, no es
posible solucionarlo. Al parecer no hay aún en nuestra sociedad (ni en los
ciudadanos ni en los responsables políticos) una conciencia y un
conocimiento claros de las verdaderas motivaciones de ese comportamiento
habitual de muchos jóvenes.

El gran educador y polifacético Rudolf Steiner ya en 1924 hablaba de la
importancia de educar lo anímico en los jóvenes, es decir, el aspecto
emocional y mental, y no sólo lo físico y lo puramente racional. Una
educación en este sentido está aún ausente en la mayoría de las aulas y de
las familias, a pesar de lo mucho que se habla hoy de la necesidad de una
educación de las emociones, de una educación integral, de toda la persona.

Mucho queda por hacer en este campo, pues la mayoría de las leyes y
normativas de educación son insuficientes. No se sabe o no se tiene el
coraje necesario para reconocer la ausencia de una educación integral que
alcance a todas las facetas del ser humano, que considere al niño como un
ser que tiene que encontrarse a sí mismo, mediante la libertad, la reflexión
y la responsabilidad en un entorno adecuado, en el que sea posible
satisfacer las dos necesidades elementales de todo niño: la de imitar y la
de tener una autoridad.

Todo educador -sea padre o profesor- debe saber que el niño en la edad
preescolar siente una gran necesidad de imitar, y posteriormente necesita
tener una autoridad a quien admirar. Por eso dice el citado F. Carlgren que
«tener ejemplos que imitar en la edad preescolar y autoridades que admirar
en la edad de la enseñanza primaria, serían necesidades profundamente
arraigadas y latentes en todo ser humano, y que deberían ser satisfechas
durante la infancia si no se quiere que los niños padezcan para el resto de
su vida la manía de imitar y la falta de crítica».

De esa forma el joven podrá evitar la tendencia y el peligro de imitar
modelos antisociales y de admirar autoridades huecas y falsas. Hasta aquí es

preciso ahondar si se quiere comprender el verdadero significado de esa
rebelión constante de muchos jóvenes que lleva a algunos de ellos a ese
infierno que les origina, a veces, la muerte, porque no tuvieron -a su
debido tiempo- el ejemplo y el modelo a quien imitar ni la autoridad
responsable a quien admirar. Puede resultar algo duro oír estas
afirmaciones, pero es una realidad que puede constatarse en la vida de la
mayoría de los jóvenes que caen en la trampa del alcohol, la droga, la
violencia o la conducción irresponsable.

Del análisis de estos hechos se desprende que la solución a estos problemas
no es de hoy para mañana, ya que requiere cambios profundos en casi toda la
sociedad. Quizás por ello la sociedad en general es reacia a reconocer
abiertamente esos hechos y no acierta con la única solución que parece
posible: una verdadera educación en la familia y en la escuela. Los padres,
los educadores y los responsables políticos han de recuperar la autoridad
moral perdida y ser los modelos a imitar por los niños y los jóvenes. De lo
contrario los graves problemas de la juventud seguirán presentes en nuestras
vidas.

Volviendo a los grandes educadores y pedagogos, ellos nos recuerdan que si
queremos educar bien a nuestros hijos, primero tenemos que educarnos a
nosotros mismos, pues –según reza un viejo aforismo- nadie da lo que no
tiene. Alguien dijo: «Para encauzar a un niño por la senda que debiera
seguir, viaje usted por ella de vez en cuando». Y aquí radica el verdadero
problema: ¿Quién educa al padre y a la madre? ¿Quién educa al educador?
¿Quién educa a los poderes políticos? Una buena reflexión a tener en cuenta
antes de promulgar cualquier ley educativa.


3. LOS PROFESIONALES DE LA EDUCACIÓN

¿Qué sería de la salud en un país sin médicos? ¿Qué sería de la ciencia y la
tecnología en un país sin investigadores? Lo mismo cabe preguntarse: ¿Qué
será de la educación en un país sin educadores? Si la palabra «educación» es
hoy una de las más pronunciadas en casi todos los medios, quizás sea porque
nuestro mundo está tomando conciencia de la importancia del conocimiento y
del acceso a la cultura, hasta ahora patrimonio de unos pocos.

Hoy se oye afirmar que sólo a través de la educación podrán salir los
pueblos de su miseria, que la riqueza de un país no consiste en tener
petróleo, diamantes, etc., sino en tener educación, o que la mejor forma de
erradicar la pobreza en el mundo es la educación. Por eso se considera ese
derecho como uno de los prioritarios y se reconoce en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, en las constituciones de los diferentes
pueblos del mundo, así como en otros muchos convenios, pactos y
declaraciones internacionales.

Por tanto la necesidad de contar con profesionales de la educación parece
evidente y necesaria. Ellos han de ser los principales responsables (aunque
no los únicos) de esa materia, lo mismo que los médicos han de serlo
respecto a la salud.

La pregunta «¿Existen educadores en nuestro país?» podría parecer una
osadía, una imprudencia o una tontería para aquellos que hacen sinónimo
«profesor» y «educador»; pero si preguntáramos a los propios profesores si
ellos se sienten educadores, podríamos tener la sorpresa de que una mayoría
respondería probablemente que no. Y la razón sería muy simple: Porque no han

recibido, en sus respectivas carreras, la formación de educadores sino de
profesores. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre ambos conceptos? Sin entrar
en disquisiciones al respecto, se puede afirmar que el profesor es el que
imparte unos determinados conocimientos, sean estos de matemáticas, inglés,
mecánica o peluquería. La misión del profesor sería, en principio, la de
instruir. En cambio el educador no se limita a impartir conocimientos, a
instruir, sino que ha de «educar», tarea de una enorme responsabilidad y
complejidad que exige, entre otras cosas, una formación psicopedagógica, así
como la posesión de un perfil educativo, pues su objetivo es formar
integralmente al alumno.

En la actualidad, la insuficiente formación como educadores que reciben los
profesores de primaria y la ausencia de esa formación en los profesores de
secundaria, hace que estos cuerpos estén atravesando, hoy, unas dificultades

que sólo ellos conocen verdaderamente, ya que la sociedad en general, como
la propia administración educativa, les exigen que sean casi los únicos
responsables de la educación de los niños y de los jóvenes, es decir, que
sean verdaderos educadores.

Esto no se les puede exigir por la sencilla razón de que no han sido
formados para ello, hasta el punto de que no existe en el campo de la
enseñanza «el perfil educativo», lo que sería lógico y deseable, como existe

en otras profesiones. Lo cual quiere decir que, desde el punto de vista de
las administraciones educativas, puede ser profesor de esos dos niveles
cualquier licenciado o diplomado, tenga o no conocimientos psicopedagógicos
y posea o no el perfil educativo propio e imprescindible para esta
profesión.

Parece que los políticos responsables de la educación han sido algo
conscientes de esas carencias, y crearon la llamada «Formación del
Profesorado» para intentar paliar, de alguna manera, esa anómala situación.
Pero esa «formación» es incompleta y llega algo tarde, pues debe exigirse en
el periodo de formación del futuro educador. Hasta ahora nada ha cambiado en

la práctica, pues el CAP (o Certificado de Aptitud Pedagógica), además de su
brevedad, nunca ha tenido verdaderos contenidos educativos.

El TED (Título de Especialización Didáctica) que introduce la Ley de Calidad

debería ser esa oportunidad de cambiar las aguas desde la fuente; pero,
incluso deseando lo mejor (que su desarrollo sea realmente «educativo»), es
probable que resulte insuficiente e incompleto, ya que sólo las Facultades
de Educación (siendo fieles a su denominación) deberían ser, en mi opinión,
los centros idóneos de formación de los futuros educadores, sean estos de
Primaria o de Secundaria. Las Facultades de Letras y de Ciencias no pueden
seguir siendo los centros de formación de educadores (al menos
exclusivamente y sin conexión alguna con la Facultad de Educación).

Si en los centros de primaria y secundaria, en lugar de profesores se
necesitan educadores, mucho han de cambiar las cosas, pues hay que comenzar
educando al educador. Eso sería tomar la educación en serio y con
responsabilidad, y no sólo hablar y hablar de «educación». Resulta
paradójico e incomprensible (rayando en el absurdo) que lo que más necesita,
hoy, saber un educador -pedagogía y psicología escolar- no sólo está ausente
en su formación académica, sino también en los temas de las oposiciones para
acceder a esos cuerpos, y en cambio los conocimientos que se les exige
apenas los utilizan y los necesitan en su profesión diaria. De ahí que la
frustración en los profesores jóvenes puede llegar demasiado pronto.

Urge, pues, una seria reflexión y un cambio profundo en la formación del
profesional de la educación, el profesor, que ha de ser un verdadero
educador, si se quiere de verdad superar la grave crisis educativa que
padecemos.

4. LOS PADRES Y LA EDUCACIÓN

De los tres sectores principales que intervienen en el sistema educativo
(educadores, padres y alumnos), la participación de los padres debe ser
considerada como básica y fundamental para conseguir una verdadera
educación, pues ellos son los que ponen la primera piedra de ese importante
edificio que marcará el futuro de cada ser humano.

En el Informe Europeo sobre la Calidad de la Educación Escolar (mayo de
2000), que comprende 16 indicadores de calidad, uno de ellos es la
«Participación de los padres». Allí se dice que su participación en la
educación de los hijos influye considerablemente en la mejora del
funcionamiento y en la calidad de la educación.

Asimismo en el informe sobre «La situación profesional de los docentes»,
realizado por el Instituto IDEA y la FUHEM, se dice que «la colaboración
entre profesores y padres es un requisito necesario para mejorar la calidad
de la enseñanza y una asignatura pendiente en el funcionamiento del sistema
educativo». En el mismo sentido se ha expresado el Defensor del Pueblo, en
más de una ocasión, recomendando la colaboración de las familias con los
centros docentes, en especial hablando de la violencia escolar.

La Convención sobre los Derechos del Menor, en su art. 27.2, dice: «A los
padres les incumbe la responsabilidad primordial de proporcionar, dentro de
sus posibilidades y medios económicos, las condiciones de vida que sean
necesarias para el desarrollo del niño».

Esta idea de la importancia del papel de los padres en la educación de los
hijos la encontramos también en diversas investigaciones (según las cuales
los estudiantes que mejor rendimiento obtienen en sus estudios, son aquellos
que cuentan con el apoyo de sus padres), así como en los grandes pedagogos y

educadores, filósofos, etc. Entre las sentencias de Pitágoras, por ejemplo,
una reza: «Padre de familia, ten el sentido de diferenciar el bien y el mal
para que tus hijos no los confundan».

Todas estas afirmaciones acerca de la importancia de la participación de los

padres en la educación de los hijos, contrastan con la realidad que
encontramos, hoy día, en nuestro país y en el mundo occidental en general.
Así, según el citado informe de IDEA y la FUHEM, una mayoría de los
profesores se queja de la poca colaboración y participación de las familias
en la educación de sus hijos.

En efecto, en los medios educativos es sabido que hay un número de padres
que muestran una cierta pasividad en relación a la educación de sus hijos.
Son muchos los niños que se crían solos, teniendo como única referencia la
escuela (los otros niños) y la TV. En nuestro país los niños pasan más de
dos horas diarias de media frente al televisor, y según un estudio publicado

en la revista Science, los niños que ven más de una hora de tele al día,
pueden convertirse en adultos violentos.

Esta ausencia o pasividad de los padres tiene unas repercusiones nefastas
sobre los hijos. Pero veamos cuáles pueden ser las causas de esa actitud de
los padres para poder atisbar algunas soluciones. La socióloga Inés Alberdi
dice a este respecto. «El cambio en la vida de la mujer ha modificado las
estructuras familiares». En efecto, en las sociedades occidentales se ha
generado, en los últimos decenios, un cambio familiar profundo derivado de
varios factores, entre los cuales el más significativo quizás sea la
incorporación de la mujer al trabajo, unido al movimiento mundial de la
liberación de la mujer. Estos cambios han hecho tambalearse al viejo
edificio familiar y a la propia sociedad.

Es evidente que las primeras víctimas de esa situación son los hijos, pues
la madre ha sido, hasta muy recientemente, la que permanecía en el hogar al
cuidado directo de los hijos y, hoy con su ausencia, el contacto con ellos
es menor. Nuestra sociedad sufre, en la actualidad, las consecuencias que
todo cambio lleva consigo, y no ha encontrado aún una nueva estabilidad para

la familia. La incorporación del padre y de la madre al mundo laboral supone
una falta de tiempo para la atención a los hijos.

Esta situación también ha generado una nueva relación entre padres e hijos.
Me refiero al grado de permisividad peligrosa y de debilidad al que han
llegado algunos padres para intentar compensar –según su parecer- la
ausencia entre ambos, concediéndoles casi todos los caprichos porque, de lo
contrario, creen que sus hijos pueden frustrarse. Es éste un grave error
educativo que tiene consecuencias fatales para el futuro de los hijos, pues
la psicología educativa enseña lo contrario: los niños y jóvenes terminan
frustrados cuando sus padres no han aprendido a decir «no» a su debido
tiempo.

Ante esta situación no deberíamos caer en la trampa de buscar responsables
concretos, pues la responsabilidad –en este caso como en tantos otros- se
diluye entre toda la sociedad en mayor o menor grado. La única postura
coherente es, a mi juicio, reflexionar seriamente sobre el grado de
responsabilidad personal en ambos cónyuges, y asumir la libertad de elección
de que hoy se dispone para bien y para mal, sin echar la culpa a los demás.
Por ejemplo, habría que comenzar preguntándose, antes de tener un hijo, si
sabemos o no educarlo y si podemos o no hacerlo, pues no olvidemos que tanto
el padre como la madre proyectan sobre sus hijos tanto sus virtudes como sus

defectos, y quizás en especial sus frustraciones.

Conocernos un poco mejor a nosotros mismos, esa podría ser la primera tarea
de todo educador (sea profesor o padre). El psicólogo francés, Pierre Daco,
dice: «La educación de los demás comienza por la educación de uno mismo. No
hay excepción a esta regla». Por otra parte, no olvidemos que el ejemplo
siempre ha sido y será la regla de oro de toda educación, y especialmente en
la infancia. Ser un «buen» padre y una «buena» madre es un reto difícil,
pero necesario e imprescindible para una «buena» educación de los hijos.

Y recordemos, para terminar, otra sentencia del gran Pitágoras: «Educad a
los niños y no será necesario castigar a los hombres», y los versos de
Goethe:

«Sí, los niños serían bien educados si los padres estuvieran bien educados».


Julio Ferreras Díez

Revista "natural" Verano 2005

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