[Deuda-QdQ] Haití: la maldición blanca
Alfredo Sánchez Alberca
asalber en gmail.com
Lun Ene 25 12:52:58 CET 2010
Un poco de historia de Haití, para dar luz y poner en perspectiva nuestras
reflexiones.
Haití: La maldición blanca
Eduardo Galeano (año 2004)
URUGUAY. (Patriagrande.net). El primer día de este año, la libertad cumplió
dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días
después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los
medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal,
sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al
presidente Préval.
Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las
enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen
a Inglaterra ese histórico honor.
Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido
campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en
1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco
convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.
Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre
desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario
de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que
había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados
Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más
libre de las naciones.
Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la
violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta
1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el
mundo.
Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería.
Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año,
los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los
haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.
Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias.
Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del
hemisferio occidental... Las revoluciones, concluyeron algunos
especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron,
que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que
viene del África…
El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al
caos. De la maldición blanca, no se habló.
La Revolución Francesa había eliminado la esclavitud, pero Napoleón la había
resucitado: –¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias? –El
anterior. –Pues, que se restablezca. Y, para reimplantar la esclavitud en
Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados. Los negros alzados
vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación
de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras
plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y
heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a
Napoleón Bonaparte.
A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización
gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del
pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país
nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que
actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos
totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de
la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió,
por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos
de los Estados Unidos.
A cambio de ese dineral, Francia reconoció oficialmente a la nueva nación.
Ningún otro país la reconoció. Haití había nacido condenada a la soledad.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y
soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla,
derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición
de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había
ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó
su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De
reconocimiento, ni hablar. En realidad, las colonias españolas que habían
pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas
tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821,
pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851,
Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.
En 1915, los marines desembarcaron en Haití. Se quedaron diecinueve años. Lo
primero que hicieron fue ocupar la aduana y la oficina de recaudación de
impuestos. El ejército de ocupación retuvo el salario del presidente
haitiano hasta que se resignó a firmar la liquidación del Banco de la Nación
, que se convirtió en sucursal del Citibank de Nueva York.
El presidente y todos los demás negros tenían la entrada prohibida en los
hoteles, restoranes y clubes exclusivos del poder extranjero. Los ocupantes
no se atrevieron a restablecer la esclavitud, pero impusieron el trabajo
forzado para las obras públicas. Y mataron mucho.
No fue fácil apagar los fuegos de la resistencia. El jefe guerrillero,
Charlemagne Péralte, clavado en cruz contra una puerta, fue exhibido, para
escarmiento, en la plaza pública. La misión civilizadora concluyó en 1934.
Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional,
fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia.
Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana... Algún tiempo
después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.
Y así, de dictadura en dictadura, de promesa en traición, se fueron sumando
las desventuras y los años. Aristide, el cura rebelde, llegó a la
presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos
ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez
reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra
vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra
vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe. Pero los
expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas
invasoras.
País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití
había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y
la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el
Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la
producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la
mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen
yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son
cubanos y raras veces aparecen en los diarios. Ahora Haití importa todo su
arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son
gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y
subsidios que protegen la producción nacional.
En la frontera donde termina la República Dominicana y empieza Haití, hay un
gran cartel que advierte: El mal paso. Al otro lado, está el infierno negro.
Sangre y hambre, miseria, pestes.
En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la
costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría,
recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los
mercados populares. Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo
de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su
gente.
------------ próxima parte ------------
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