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<p class="MsoNormal"><span style="color:#1F497D"> <a
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<br>
</span></p>
<p class="MsoNormal"> </p>
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<p class="MsoNormal"><br>
</p>
<p class="MsoNormal"> Josep Bel<br>
</p>
<p class="MsoNormal"><big><big> </big></big></p>
<big><big> </big></big>
<p class="MsoNormal"><font color="#ff0000"><b><big><big><br>
</big></big></b></font></p>
<p class="MsoNormal"><font color="#ff0000"><b><big><big> UNO
muy BUENO <br>
</big></big></b></font></p>
<p class="MsoNormal"><font color="#ff0000"><b><big><big><br>
Mandela o la apropiación indebida</big></big></b><b>-</b></font><big><big><b><u>de
Gregorio Morán en La Vanguardia</u></b></big></big></p>
<p class="MsoNormal">el 14 diciembre, 2013 en Derechos,
Internacional, </p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Vaya espectáculo para estómagos
fuertes! Los poderosos del mundo repartiendo rosas
verbales sobre el cadáver y la historia de un hombre que
representaba todo lo contrario de lo que ellos piensan,
cumplen y ejecutan. A eso se denomina permitir que el
perro orine sobre la tumba del héroe. Un ejercicio de
larga tradición en el mundo político, que no tendría
nada que envidiar a una reunión de banqueros felicitando
al hombre que ellos arruinaron y ayudaron a morir.
Restos para los carniceros de Estado. Implacables
personajes que por un momento tienen su instante de
gloria, el único quizá para explayarse sobre cómo
adoraban al fiambre y cuánto aprendieron de él. Los
muertos, sean poetas o políticos, dan mucho de sí. ¡Vaya
espectáculo para estómagos fuertes! Hasta el traductor
de signos para sordomudos era un impostor.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Llevamos una semana escuchando y
leyendo las cosas más inauditas sobre un tipo que debía
el nombre de Nelson a su maestro de escuela y que tomó
el Mandela de los xhosa en su condición de hijo de jefe
de tribu. Desde que lo circuncidaron no hizo otra cosa
que luchar contra el mismo régimen que todos los
antecesores de los líderes reunidos en su funeral
consideraban un regalo de Jehová que les consentía una
vida plácida y unos negocios suculentos en el país más
grande, rico y prometedor de África; con cinco millones
de blancos, por entonces, y 35 millones de siervos.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Fue el sábado cuando Mariano Rajoy
publicó en Abc un artículo inolvidable tratándose de un
hombre incapaz de escribir una cuartilla: “Ayer entró un
gigante en la Historia. Cuando en tantas ocasiones
parecemos huérfanos de referentes, repasar la biografía
de Nelson Mandela es una fuente de inspiración por el
poderoso mensaje de su ejemplo”. Inaudito. Lo titularon
“46664”, así de escueto, como el número que sustituyó el
nombre de Mandela durante los años que vivió en el penal
de la isla de Robben. No estuvo corto tampoco Juan Luis
Cebrián, que dejó perplejo al personal con una cita del
muerto que venía a su persona como a un Cristo dos
pistolas: “Una prensa crítica e independiente es la
sangre de la democracia”. ¡Decir esto después de tanta
sangre derramada!</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Me conmovió casi tanto como el
brillante orador Barack Obama apelando a los demás a
“tolerar la disidencia en vuestros países”. ¿Lo diría
por Edward Snowden, por Guantánamo, por Iraq, por
Afganistán? ¿Desde hace cuántas décadas el viejo Imperio
ha dejado ser lo que decía ser? Recuerdo a los
olvidadizos que no fue hasta el 2008 que el Congreso
Nacional Africano y Nelson Mandela fueron retirados de
la lista de terroristas y comunistas a los que se les
prohibía la entrada en EE.UU., y los obligaba a trámites
tan engorrosos como el tan pocas veces contado del
ministro de Cultura español, Jorge Semprún, cuando
necesitó un pase especial, por su antigua militancia
comunista.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Y qué decir del encuentro, más
preparado que una aparición de Laurent Bacall, entre
Obama y Raúl Castro, el garante de que el búnker cubano
de una antigua revolución quiera morir habiéndose
garantizado una vejez sin sobresaltos ante un pueblo
esquilmado. ¡Otra escena para estómagos resistentes!
Cuando en 1962 el Congreso Nacional Africano decide
optar por la lucha armada, Sudáfrica está ardiendo en
una pelea que la izquierda tiene perdida de antemano,
pero a la que va como única salida. Llevaban casi 50
años de protesta pacífica frente al régimen del
apartheid, pero la matanza de Sharpeville, donde la
policía sudafricana liquidó a 69 manifestantes
pacíficos, los convence de que no hay otra opción que la
violencia. Empieza la lucha armada con víctimas y la
detención de Mandela y otros muchos.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Mandela no se hizo abogado hasta que
estuvo a punto de salir de la cárcel. Se había graduado
en letras, pero en una situación política como aquella
no hay opción entre recitar a John Milton y William
Blake o aprenderse las leyes, y empezó derecho, del que
no se graduaría hasta vísperas de su salida de prisión.
Pero merece la pena leer su alegato de casi cuatro horas
en el famosísimo juicio de Rivonia, el 20 de abril de
1964, que lo condenará a cadena perpetua. Ahí está todo.
El hombre sensible, el político que explica que el CNA
no es un grupo de negros, sino de todas las razas y
ciudadanos de la sociedad sudafricana.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Un puñado de blancos radicales se
convirtieron en dirigentes fundamentales desde que
Mandela entró en el penal de la isla de Robben, y en
especial Joe Slovo, un judío lituano, secretario general
del Partido Comunista de Sudáfrica. Porque el CNA
formaba parte del Movimiento Comunista internacional; no
tenía otros apoyos que la Unión Soviética y cuando aquel
régimen se desmorona solamente les quedan, a finales de
los ochenta, tres países hoy innombrables: Libia (la de
Gadafi), Irán (ya sin sha de Persia) y Cuba, con Fidel
exultante. Lo explicó el propio Mandela. Recuerdo
perfectamente las invitaciones vip de los periodistas y
directores de diarios españoles, con Franco muerto y
henchidos de sentido de la libertad y la democracia,
cómo visitaban Sudáfrica –gastos pagados– y explicaban
al mundo hispano que el apartheid era la primera y única
democracia africana. Algo muy similar a lo que ocurriría
con Israel, su socio preferido. Sudáfrica e Israel
firmaron los acuerdos más tenebrosos de ayuda mutua y
especialización en torturas a detenidos. Eran expertos y
trabajaron juntos. Dos regímenes orgullosos de sus
racismos.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Hay un libro muy interesante sobre
Mandela que publicó hace un par de años Plataforma
Editorial. Aunque poco asequible al lector indolente,
ahí está la trayectoria intelectual del líder. Lo
titularon Mandela por sí mismo y concentra sus
declaraciones personales y políticas antes y después de
llegar a presidente; lo asume todo. Su infancia, la
adolescencia, las peleas internas, su vida personal, y
sobre todo ese momento crucial, en general olvidado por
los adulones al uso, que resulta de la oferta que le
hace el afrikáner Botha: la libertad a cambio de una
renuncia expresa a la lucha armada. Fue en 1985. Dijo
que no. Y aguantó hasta el 11 de febrero de 1990. 27
años de cárcel y siete meses. No sé por qué quitan los
siete meses en los relatos. Siete meses de cárcel es una
vida. “Antes de ir a la cárcel, yo era muy arrogante”,
escribió en un texto precioso, inaudito en un dirigente
político.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">No era nueva su idea porque ya la
había expresado en el juicio de Rivonia que lo condenó
de por vida: “Yo siempre me he considerado un patriota
africano”. Lo que quería decir: negros, blancos, mulatos
y esa emigración tan importante en el mundo sudafricano
desde su nacimiento como Estado. Cuando salió de la
cárcel en 1990 ya estaba muy bien informado de una
evidencia: no había más opción exitosa que adaptar el
CNA, nacido en la lucha, a una obra de gobierno
integradora. O se sumaba o no había futuro. Eso que un
par de bisoños, paletos de la política, que entonces
eran conocidos como Arturo Mas y Paquitu Homs consideran
su mantra: los negros de Catalunya no pueden tener los
mismos derechos que los blancos, a menos que acepten las
reglas impuestas por los blancos.</p>
<p class="MsoNormal"> </p>
<p class="MsoNormal">Tenía claro lo que había que hacer y
autoridad ética para llevarlo a cabo. Son dos
condiciones imprescindibles. Cuentan los suyos que uno
de los momentos más humillantes de Mandela sucedió
durante la ceremonia del premio Nobel de la Paz con el
viejo racista y despreciable personaje que fue el
presidente afrikáner De Klerk. (Tú no puedes inventarte
los interlocutores que te impone el enemigo). Como es
sabido, Sudáfrica tenía dos himnos, el blanco afrikáner
y el del arco iris, Nkosi Sikelel’ iAfrica. Mientras
escuchaban el del nuevo régimen, De Klerk y señora se
pusieron a conversar; no iba con ellos. Digan lo que
digan los fantoches que se han aprovechado de la muerte
de Mandela para iluminar sus discursos vacíos, detrás de
su figura había algo que lo hacía diferente; amén del
talento, la decencia.</p>
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