<table cellspacing="0" cellpadding="0" border="0" ><tr><td valign="top" style="font: inherit;"><div id="yiv1918153884"><table id="yiv1918153884bodyDrftID" class="yiv1918153884" border="0" cellpadding="0" cellspacing="0"><tbody><tr><td id="yiv1918153884drftMsgContent" style="font-style: inherit; font-variant: inherit; font-weight: inherit; line-height: inherit; font-size-adjust: inherit; font-stretch: inherit; font-family: arial; font-size: 10pt;">
                        Hem rebut això a la bústia...<br>
<br>
ho piquem i ho passem...<br>
que corri!<br><br>La gente ha dicho basta. Las autoridades afirman que ha sido un grupo
antisistema, jóvenes con estética okupa…. Pues no. Hemos sido nosotros.
Ese nosotros que las furgonetas de la policía histérica persiguió
durante horas por la ciudad sin poder encontrarlo. Ese nosotros que
aplaudía cuando se rompían los cristales de El Corte Inglés. Ese
nosotros que tomó la palabra en la primera asamblea realizada en el
banco expropiado de la plaza Catalunya y dijo: "Tengo casi cincuenta
años. Estoy en paro desde hace cuatro años después de trabajar toda la
vida. Estoy desesperada pero esta okupación me ha devuelto la sonrisa".
En la dictadura democrática todo se puede decir y no sirve para nada.
Sí, ciertamente. Pero que en un edificio de los más altos de la ciudad
una enorme pancarta proclame "La banca nos asfixia, la patronal nos
explota, los políticos nos mienten, CCOO y UGT nos venden… A la mierda"
es una verdad demasiado insoportable para el poder. Porque además la
gente acudía cada vez en mayor número. Y no había banderas ni consignas
facilonas que ya nadie cree. El discurso tópico de la izquierda había
quedado atrás. Éramos sencillamente vidas precarias que tomaban la
palabra, y entonces asomaba toda la desesperación, y también las
inmensas ganas de inventar caminos para resistir juntas. Para salir de
esta cárcel en la que se ha transformado la vida. "A la mierda" era un
grito de rabia. Pero poco a poco este grito se organizaba, se ampliaba,
se enriquecía… y miles de voces lo hacían suyo. Para la dictadura
franquista cualquier conflicto de orden público era causado siempre por
una minoría, y el modo de descalificarla consistía en decir que se
trataba de "estudiantes". Estudiante era sinónimo de vago. Ahora la
dictadura democrática insiste como siempre también en calificarnos de
minoría, aunque en este caso nos llame vándalos y gamberros. No quieren
saber que esa minoría - ese nosotros que se rebela contra esta realidad -
es la que hace la historia. Cayó (parcialmente) la dictadura
franquista. Sabemos también que tarde o temprano ese sistema de opresión
y miseria será agujereado como un gruyere. Porque miles de personas
están inventando miles de salidas. Y caerá. Ellos tienen el día.
Nosotros tenemos la noche. No pueden identificarnos y nunca sabrán
quienes somos. Por eso nos tienen tanto miedo. <br>
<br>
Vidas precarias                <br></td></tr></tbody></table></div></td></tr></table><br>