<html><body><div style="color:#000; background-color:#fff; font-family:times new roman, new york, times, serif;font-size:12pt"><div class="cabecera_noticia">
<h2>REPORTAJE: DESDE EL AMAZONAS </h2>
<h1>Quemando el Amazonas</h1>
<h3>Pequeños agricultores y activistas se enfrentan a ganaderos y
madereros en el Estado brasileño de Pará. EL PAÍS ha sido testigo de la
deforestación salvaje y del miedo que se palpa en una zona con 231
muertos en 15 años; los cinco últimos, militantes ecologistas </h3>
<div class="firma">
<div><strong>FRANCHO BARÓN</strong> <em></em>03/07/2011 </div>
</div>
</div>
<div class="contenido_noticia">
<div>El Estado amazónico de Pará, en el norte brasileño,
vive desde hace algo más de un mes una fuerte convulsión social por las
batallas medioambientales que se libran en varias áreas de la región. A
orillas del río Xingú, el inicio de las obras para construir la polémica
hidroeléctrica de Belo Monte ha puesto en pie de guerra a las
organizaciones ecologistas. En el sureste, en las inmediaciones de la
localidad de Marabá, la reciente oleada de muertes de activistas
medioambientales a manos de pistoleros a sueldo ha dado paso a un
recrudecimiento del siempre latente conflicto agrario, que enfrenta a
pequeños agricultores y activistas con los todopoderosos ganaderos y
madereros, e incluso con el propio Estado brasileño. Como telón de fondo
está la incesante deforestación de la selva amazónica y la anhelada
reforma agraria, la promesa nunca cumplida del expresidente Luiz Inácio
Lula da Silva de entregar tierras a los que menos tienen.</div>
<div>En el asentamiento rural de Praialta Piranheira, en
el sureste de Pará, donde hace algo más de un mes fueron asesinados a
sangre fría los activistas medioambientales José Claudio Ribeiro da
Silva y su mujer, Maria do Espírito Santo, los agricultores viven
amedrentados. "Aquí la ley del silencio habla más alto", afirma en un
habitáculo de su precaria cabaña una de las dos personas sobre las que
recaen casi todas las sospechas de haber orquestado el asesinato de la
pareja de ecologistas. El individuo, que se dedica a la ganadería,
responde a la inicial G. y, junto al maderero Z. R., se encuentra en el
punto de mira de la Policía Federal, que durante estos días investiga
sin resultados aparentes el truculento asesinato. "José Claudio mantenía
muchas diferencias con madereros y ganaderos de la zona. Pero claro, no
se puede acusar a nadie hasta que no existan pruebas sólidas", esgrime
quien a todas luces se siente amparado por la ley del silencio que,
efectivamente, reina en la zona.</div><div>Praialta Piranheira ocupa miles
de hectáreas de tierra sobre las que la frondosidad de la selva se
extendía antaño sin límites. Hoy la carcoma de la industria maderera,
las carbonerías ilegales y las cabezas de ganado han dejado a su paso
enormes extensiones de pasto salpicadas por los restos carbonizados o
secos de lo que fueron castaños centenarios. En esta zona del Amazonas
los terratenientes no se andan con contemplaciones: a falta de tiempo o
dinero para deforestar a golpe de motosierra o con cadenas de arrastre,
le pegan fuego a la selva y después se llevan la madera que sobrevive al
incendio, como los buitres acuden al festín de la carne inerte.</div><div>En este asentamiento los <i>fazendeiros</i>
no amasan fortunas ni mandan sobre legiones de sirvientes. Hasta hace
pocos años también fueron pequeños agricultores que crecieron al socaire
del negocio agrario, violando sistemáticamente la legislación
medioambiental, amedrentando a sus vecinos y acumulando tierras que en
teoría deberían cumplir una función social. La mayoría acaba rodeándose
de pistoleros a sueldo que se ocupan del trabajo sucio: si alguien en el
asentamiento osa denunciar sus tropelías o habla más de la cuenta,
inmediatamente pasa a engrosar la lista de los marcados para morir. Y
los que se atreven a llevar su activismo hasta las últimas
consecuencias, como fue el caso de José Claudio y su esposa, acaban en
una emboscada a horas intempestivas en senderos desiertos, donde la
frondosidad y el estruendo de los pájaros amortiguan el ruido seco de
los disparos.</div><div>A <i>Zé</i> Claudio, como lo conocían sus allegados,
le descerrajaron todo el plomo contenido en dos cartuchos de escopeta y
después le cortaron la oreja derecha. En YouTube circula un vídeo en el
que, a modo de macabra premonición, él mismo anunciaba meses antes de
su muerte: "Vivo permanentemente con una bala en la cabeza porque
denuncio a los madereros y a los carboneros, y ellos piensan que no
puedo seguir existiendo (...) Igual el mes que viene os llega la noticia
de que he desaparecido". El líder ecologista conocía de sobra la calaña
de sus enemigos.</div><div>Solo en los últimos 40 días han muerto cinco
activistas en las diferentes áreas del Amazonas. Según la Comisión
Pastoral de la Tierra, la organización brasileña ligada a la Iglesia
católica que defiende la causa medioambiental y los derechos de los
campesinos y los indígenas, 231 personas han perdido la vida en
enfrentamientos agrarios y 809 han sido amenazadas de muerte en los
últimos 15 años. "Todo es producto del abandono en el que viven los
asentamientos. El Gobierno debería ocuparse de mejorar las condiciones
de vida en estos lugares y acometer la reforma agraria. Sin embargo,
ahora que la situación se ha agravado, se limita a anunciar una serie de
medidas puntuales e insignificantes con el único objetivo de satisfacer
la presión de la prensa", denuncia José Batista, responsable de la
Pastoral de la Tierra de Marabá.</div><div>El Gobierno de Dilma Rousseff
anunció recientemente un paquete de ayudas económicas para los colonos y
el envío a la zona de un contingente de 30 miembros de la Fuerza
Nacional para proteger a los amenazados de muerte. EL PAÍS acompañó a
diferentes grupos de personas que han sido forzadas a salir de sus
hogares en el asentamiento Praialta Piranheira y que ahora permanecen
custodiadas en lugares indeterminados de la ciudad de Marabá. Diversos
testimonios coinciden en que la vigilancia militar cumple una función
disuasoria puntual, si bien no supone una protección viable a largo
plazo. Cuando los amenazados regresen a sus casas en la selva, donde a
duras penas llega la luz eléctrica, ¿se les podrá seguir garantizando la
protección? "Obviamente no, y por eso pedimos que la Fuerza Nacional se
establezca en el asentamiento indefinidamente, para que todo el mundo
pueda regresar con ciertas garantías. Podrían establecer su base de
operaciones en la que fue la casa de Zé Claudio", explica Atanagildo
Matos, coordinador del Consejo Nacional de los Seringueiros
(recolectores de caucho) en Pará.</div><div>Todas las fuentes consultadas,
incluso las que representan a diferentes escalafones de la
Administración Pública, coinciden sin fisuras en que la situación actual
en estos lugares es de desgobierno e impunidad. "Los asesinos siguen
dentro del asentamiento, se pasean en sus coches y sonríen cuando pasan a
nuestro lado. Piensan que como nunca se ha podido probar nada contra
otros terratenientes que han cometido crímenes anteriormente, tampoco
será posible hacerlo con ellos", explica Claudelice Silva dos Santos,
hermana de José Claudio. "En los más de ochocientos casos de personas
asesinadas en Pará durante 40 años de conflicto agrario, solo
conseguimos llevar a juicio a nueve presuntos responsables. Ocho fueron
declarados culpables y, por tanto, condenados. Sorprendentemente, solo
uno de ellos permanece hoy en prisión", añade Batista.</div><div>Pasar una
jornada en la sede de la Pastoral de la Tierra de Marabá es un excelente
ejercicio para entender la envergadura del problema de la tierra en el
Amazonas. Uno de estos días, sobre las 11 de la mañana, aparece por la
puerta Luiz Carlos, un agricultor de 20 años que porta en una mano un
cartucho de escopeta y en la otra una cámara con las pruebas gráficas de
la tragedia que se vive en su campamento, la Hacienda Maria Bonita,
ubicada en la localidad de Eldorado dos Carajás. "Solo pedimos la
expropiación de unas tierras que pertenecen al Estado y que fueron
ocupadas por el grupo agropecuario Santa Bárbara. El capataz de la
hacienda nos responde enviándonos a grupos armados que nos disparan
estos cartuchos. Varios de mis compañeros ya han sido heridos", explica
amargamente. ¿Algún organismo público interviene en este conflicto? No.
¿La policía investiga los hechos? Tampoco. El plomo sustituye a la ley.</div><div>Luiz
Carlos abandona el local de la CPT y solo hay que esperar un par de
horas para que lleguen las primeras noticias del rescate en las
inmediaciones de Tucumã de un grupo de 40 personas sometidas a trabajo
esclavo. Poco después, llegan Antonio y Valdimar, un par de campesinos
desarrapados y hambrientos que acaban de escapar de sus respectivas
haciendas porque el patrón no les quiere pagar el salario acordado. Y
así transcurren los días en la Pastoral de la Tierra.</div><div>En el norte
de Pará, a 120 kilómetros de la convulsa Altamira, en el área afectada
por las recién inauguradas obras de la hidroeléctrica de Belo Monte, se
encuentra la deprimida localidad de Anapú, lugar de culto para los
activistas medioambientales brasileños. Aquí vivió y murió a manos de
unos pistoleros a sueldo la hermana Dorothy Stang, un auténtico icono de
la lucha por la preservación del Amazonas y los derechos de los
campesinos. Por caminos serpenteantes de tierra se llega al asentamiento
Esperança, donde los colonos no bajan la guardia durante estos días. El
domingo pasado un grupo de individuos enviados por madereros locales
penetró fuertemente armado en la reserva y comenzó a cargar en un camión
una cantidad considerable de madera talada ilegalmente por ellos
mismos. Los campesinos se movilizaron rápidamente, bloquearon con
troncos el acceso al asentamiento y llamaron a la policía. Para sorpresa
de muchos, los responsables fueron cazados en plena faena y su
cabecilla fue detenido y encarcelado en la comisaría de Anapú. Su nombre
es José Junior Avelino Siqueira, de 27 años, y tras acceder a hablar
con EL PAÍS afirma a través de los barrotes de su celda: "Todo de lo que
se me acusa es falso. Fui a buscar una madera ya cortada, sin hacerle
ningún mal al medioambiente. Lo demás son mentiras de la Pastoral de la
Tierra, esa gente peligrosísima que anda armada dentro del asentamiento
bajo la dirección del padre Amaro".</div><div>Fabio Cardozo es un joven
líder activista del asentamiento Esperança. Su nombre encabeza la lista
de los marcados para morir en el área de Anapú. Siempre anda acompañado y
toma ciertas precauciones, como alternar los horarios y los itinerarios
cuando entra y sale de su casa. Fabio penetra en una franja de unos
siete metros de ancho abierta en plena jungla. El camino es interminable
y en varios de sus tramos hay grandes cantidades de madera apilada
esperando a ser recogida. "Todo esto lo cortaron con motosierra Junior y
sus compinches. Comprado aquí, un tronco de unos 35 metros de altura y
unos tres de perímetro puede costar unos 300 reales (unos 130 euros).
Cuando llega a la serrería, su valor se ha multiplicado por 20",
asegura.</div><div>Junto al joven activista, la hermana Jane Dwyer, de 71
años, otrora compañera de batallas de la hermana Dorothy, compite por
otro de los primeros puestos en la lista negra de Anapú. La religiosa
vive desde hace años en una humilde casa de madera sin ninguna
protección. "Sé que aquí enfrente se ha instalado un pistolero y que me
debería cuidar más, pero bueno, también pienso que mi vida no vale más
que la del resto de los campesinos del asentamiento, que también están
amenazados", explica pausadamente, entre combativa y risueña. "Sí le
puedo decir que la situación es peor que cuando la hermana Dorothy fue
asesinada, ya que ahora hay más tierras en pugna. Esto sigue siendo
tierra sin ley, donde los que mandan son los que tienen las armas. Y le
garantizo que nuestro pueblo no está armado", añade. ¿Y el Estado? "El
Estado brasileño no tiene voluntad y prioriza los intereses del capital
frente al bienestar del pueblo. Si no, explíqueme cómo pueden iniciar
las obras de la hidroeléctrica de Belo Monte mientras aquí continuamos
metiéndonos en barro hasta la cintura porque las carreteras siguen
siendo de tierra", denuncia.</div><div>"Con nosotros quieren hacer lo mismo
que ya hicieron en Acre con Chico Mendes y en Anapú con la hermana
Dorothy..., y realmente lo hicieron..., pero la lucha y el ejemplo en la
defensa de la selva permanecen", reza el memorial de mármol colocado
recientemente en el lugar exacto donde a Zé Claudio y a Maria do
Espírito Santo unos cobardes les arrancaron la vida amparándose en la
frondosidad de la jungla y el estruendo de los pájaros al amanecer. A
casi cuatrocientos kilómetros, en el sendero principal del asentamiento
Esperança, sigue clavada en la tierra, como una puñalada en pleno
corazón del Amazonas, la cruz de madera que marca el punto donde cayó
muerta la hermana Dorothy. Mientras muchos campesinos amazónicos esperan
que la sangre de estos activistas, y la de tantos otros, no haya
corrido en vano, otros, desde sus haciendas, prefieren que estos
crímenes se interpreten como un tétrico aviso a navegantes. -</div><div><br></div><div>http://www.elpais.com/articulo/reportajes/Quemando/Amazonas/elpepusocdmg/20110703elpdmgrep_3/Tes<br></div>
</div></div></body></html>
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